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Pilar Ruiz Costa

Una ibicenca fuera de Ibiza | Nómadas

Estos días ha muerto Franco Battiato. También 230 palestinos (65 niños), 10 israelíes (2 niños) y un hombre — a saber de dónde —, cuando trataba de alcanzar a nado Ceuta.

Mientras, cual si fuera un enero de la vieja normalidad, IFEMA vuelve a vestirse de las alfombras rojas de Fitur, donde el mayor índice de políticos regionales por metro cuadrado repite las bonanzas de sus localidades, dispuestas a recibir con los brazos abiertos al visitante. Eso sí, si viene en avión. No a nado.

Es tarea imposible encajar en media página de periódico décadas de conflictos, pero, créanme, tienen mucho en común el ‘conflicto’ de Gaza y el de Marruecos. Ambos son los dolorosos remanentes de descolonizaciones mal ejecutadas —y cuánto dudo que haya alguna buena—.

El primero, cuando la ONU planificó la descolonización de Palestina de manos inglesas y cedió la mitad del territorio a Israel. El contexto de no menos de seis millones de judíos exterminados en el Holocausto y supervivientes que habían perdido todo, parecía el momento propicio para que los autodenominados descendientes del antiguo pueblo hebreo, habitaran Israel. Según su biblia: la tierra prometida. El problema radica en que esta tierra prometida también lo era para los descendientes de los filisteos que, además, la habitaban desde hacía más de 3.000 años. Desde entonces, incumpliendo el mandato de la ONU, Israel ha pasado de la posesión del 50% del territorio otorgado a la ocupación del 85%. Y no parece que vaya a detenerse.

En el caso de Marruecos y España, la contienda viene por el Sáhara y se remonta a 1885, cuando se celebró la Conferencia de Berlín que consistió en el reparto del continente africano entre los 14 países participantes. Ninguno de ellos era africano. España se quedó en la mordida, entre otros, El Sáhara que, ya en 1934, convertiría oficialmente en provincia española.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la recién creada ONU impulsó un proceso para poner fin al colonialismo y devolver la independencia a numerosas tierras ocupadas, como Palestina o El Sáhara. En 1966, la ONU estableció que la descolonización del Sáhara debía realizarse mediante referéndum de autodeterminación. Marruecos exigió un supuesto dominio histórico que el Tribunal Internacional de La Haya rechazó y, con Franco en su lecho de muerte, ordenó la ‘marcha verde’ para usurparlo. Con un príncipe Juan Carlos como Jefe de Estado en funciones, España incumplió la resolución de la ONU y abandonó El Sáhara en manos de Marruecos tras haber negociado los derechos de pesca en aguas saharauis y marroquíes y haber vendido por una suculenta cantidad la explotación de sus minas de fosfato.

Desde entonces, el rey de Marruecos amasa una fortuna estimada en 5.000 millones de euros, buena parte de ella fruto de la pesca y de los yacimientos de fosfatos, gas y petróleo de Sáhara, explotados en su totalidad por empresas extranjeras pactadas con Marruecos. Ya vemos a diario la fortuna que traen consigo los marroquíes y subsaharianos que se lanzan al mar.

Ahora, miremos desde esta perspectiva todo lo acontecido estos días en la costa de Ceuta: La supuesta venganza de Mohamed VI de Marruecos porque Brahim Ghali, líder del Frente Polisario, haya sido admitido en un hospital de Logroño «por causas humanitarias», enfermo de cáncer y con problemas respiratorios causados por Covid. El respaldo que recibían de Trump Israel y Marruecos y que la nueva administración de Joe Biden parece no compartir. El recurso presentado por el Frente Polisario a la Unión Europea contra pactos de pesca con Marruecos que incluyan aguas del Sáhara mientras la ONU sigue reconociendo a España, a día de hoy, como la potencia administradora legal de este territorio no autónomo pendiente de descolonización.

Miremos las reuniones mantenidas por el jefe de nuestra oposición, Pablo Casado, con los líderes marroquíes —uno de ellos, el ministro de Agricultura y Pesca—, donde se ha comprometido con Marruecos a exigir explicaciones al presidente de España por no consultarles la entrada del líder del Frente Polisario, a la vez que les prometía que «Marruecos será la primera visita oficial cuando llegue a presidente». O la visita de Santiago Abascal, en calidad de nada, repartiendo odio en la arena de una playa, acusando de invasión militar a miles de personas que se acumulan al otro lado de una valla huyendo del hambre y de la guerra.

Cuando se creó la ONU en 1945, 750 millones de personas vivían en territorios dependientes de potencias coloniales. Muchos de ellos continúan, apátridas, refugiados, nómadas.

Ha muerto mucha gente esta semana. Uno ha sido Franco Battiato que nos dejó canciones como esta que, maldita sea… son atemporales:

«Como un extranjero no siento lazos de sentimiento y me iré de la ciudad, esperando un nuevo despertar. Los viajantes van en busca de hospitalidad, en pueblos soleados, en los bajos fondos de la inmensidad y después, duermen sobre las almohadas de la tierra.»

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