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Más Europa

El pasado 9 de mayo se celebró el Día de Europa, una efeméride que, quienes tenemos una cierta edad, conmemoramos con orgullo y cierta nostalgia al recordar la oportunidad que supuso para nuestro país entrar en aquel selecto club europeo. Desde el nacimiento del Mercado Común, varias han sido las etapas por las que ha pasado el proyecto europeo hasta llegar a constituir la Unión Europea. Tal vez no seamos capaces de valorar lo que ha representado el proyecto europeo para nuestro país en términos de progreso y riqueza. Qué lejos queda el permiso de trabajo y residencia que le exigieron a mi familia para ir a trabajar a Francia; hoy nuestros hijos e hijas viajan y trabajan por Europa con la ventaja de pertenecer al club; hoy comparten un Espacio Europeo de Educación Superior que les permite, por ejemplo, completar su formación en más de un país y el programa Erasmus ha sido el que más beneficios ha aportado a la ciudadanía no sólo desde el punto de vista educativo y formativo sino desde el punto de vista de la convivencia europea. Todo eso y más es hoy Europa.

Sin embargo, el Brexit ha traído un punto de inflexión en el proyecto de la UE. Fue una decisión unilateral del Reino Unido, fruto de la crisis económica y de un euroescepticismo nacionalista, en el que tan bien se mueve el populismo de extrema derecha. En mi opinión, y en la de casi el cincuenta por ciento de los británicos, no lo olvidemos, se trata de un «error histórico», de consecuencias imprevisibles todavía, y del que hay que extraer las lecciones adecuadas. No cabe duda de que Europa pierde una gran potencia, y que, a partir de ahora, se inicia una nueva relación entre Reino Unido y la UE que plantea distintos desafíos. ¿Cómo conciliar los intereses económicos bilaterales sin poner en cuestión los fundamentos de la EU? ¿Pueden ser equiparables las ventajas de formar parte de la UE sin hacer frente a las obligaciones que conlleva? Dicho de otro modo, a menudo a los más fuertes les es fácil hacerles tragar a los más débiles con la parte estrecha del embudo. En buena lógica, sólo una negociación común de los estados miembros puede compensar la posible dependencia de los intereses de cada uno de los países. El segundo desafío es que, si al final es lo mismo estar dentro que fuera, será difícil evitar el contagio anti-europeísta ligado al auge de los partidos de extrema derecha con sus discursos de «menos Europa» y de miedo/odio al diferente encarnado en la inmigración. Y no es mera retórica, el Observatorio Español de Racismo y Xenofobia destaca el aumento de los contenidos de odio dirigidos a menores extranjeros no acompañados entre los meses de marzo y abril. Me viene a la cabeza el lema de campaña de la extrema derecha en las pasadas elecciones a la Comunidad de Madrid. Es difícil concebir y entender el proyecto europeo sin los procesos migratorios y el discurso del racismo y la xenofobia me parece empobrecedor, reduccionista y abiertamente anti-europeísta.

Si el Brexit es ya una realidad, a la que ha de enfrentarse la Unión en su conjunto, otro reto es la Conferencia sobre el Futuro de Europa que se inauguró el mismo día 9 tras haber sido aplazada por la pandemia. Y es que esta pandemia ha evidenciado puntos fuertes y débiles en el proyecto comunitario. Esta crisis ha reafirmado el modelo europeo poniendo en marcha la solidaridad. Se ha hecho frente a la crisis sanitaria con la compra conjunta de vacunas y a la crisis económica con los fondos Next Generation EU y el posterior Plan de recuperación, transformación y resiliencia del gobierno que tantas críticas ha suscitado de manera incomprensible por parte de la oposición. Ningún país puede, en solitario, afrontar los retos europeos de manera individual, ni el terrorismo, ni la lucha contra el cambio climático ni las crisis sanitarias que se prevén en el futuro. Sólo con políticas orientadas a las personas se podrá afianzar el proyecto europeo y ganarse la confianza de la ciudadanía. Parece que la mejor receta es una Europa más cercana, más eficiente y más fuerte.

Pero el desafío sanitario, económico, climático… no tendrá éxito si no se apuesta también por la Europa social –la Europa de la solidaridad y de la cohesión social y territorial- y para ello, es necesario trabajar en la construcción de una «ciudadanía europea» cuya identidad se base en la defensa y el respeto a los Derechos Humanos. Es inconcebible que, por ejemplo, haya países y ciudades europeas que se reclamen como espacios libres de LGTBI. Así, los trabajos de la Conferencia sobre el futuro de Europa pretenden sentar las bases de la reforma de las instituciones europeas, de sus competencias o procedimientos de decisión. Se plantea, entre otros objetivos, impulsar la legitimidad democrática para el proyecto europeo o dar a conocer las instituciones europeas a la juventud. Se trata de recoger el pulso de la ciudadanía dándole un papel más activo y de hacer hincapié, por ejemplo, en aspectos que refuercen el sentimiento de pertenencia europea. El reto es que España tenga una gran incidencia en el debate y en la reflexión sobre el futuro de Europa y para ello se celebrarán debates no sólo en las grandes ciudades sino también en diferentes lugares del país, tanto en formato presencial como telemático. No será la solución a todos los problemas, ha afirmado Úrsula von der Leyen, pero son muchos los mandatarios europeos como Emmanuel Macron que son conscientes de la necesidad de relanzar la idea de Europa y defienden la necesidad de esta Conferencia. Como afirmaron en la declaración sobre el Futuro de Europa las presidentas del Congreso y del Senado: «La discusión no es si necesitamos la Unión Europea, sino cómo mejorar su funcionamiento». El resultado de esta conferencia marcará las capacidades de la Unión y, con ellas, lo que la ciudadanía puede esperar de Europa. Estamos llamados a la participación activa porque la respuesta no es menos Europa sino más y mejor Europa.

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