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Antonio Tarabini

Entrebancs

Antonio Tarabini

La ‘nueva normalidad’, pero hacia dónde

Nos hemos dedicado, unos más que otros, a politizar y judicializar el qué, el cómo, y el cuándo, del estado de alarma

Parece que es posible, aunque no fácil, superar la crisis global provocada por la pandemia. Los hay que la consideran como un «fenómeno» transitorio, del que podemos aprender planteándonos una ‘nueva normalidad’. Les confieso que me produce dudas, especialmente cuando explicitan que la «nueva oportunidad», liquidada la pandemia, significa recuperar los exitosos inputs de la ‘vieja normalidad’. El interrogante que se me abre queda reflejado en el título de estas líneas: «Sí a la ‘nueva normalidad’, pero ¿hacia dónde?».

Como es lógico nos ocupa y preocupa la reactivación de nuestra economía productiva ligada a la actividad turística. Los síntomas no son para tirar cohetes, pero es probable que la denominada Temporada Alta dé señales de vida a finales de junio con la posibilidad de alargarla hasta el otoño, aunque con índices de actividad bajos (en torno al 40-50% de los exitosos resultados de la temporada del 2019) y una ocupación profesional/laboral inestable (léase temporalidad/precariedad). Sin olvidar que a medio plazo, nos resultará imprescindible reactivar con criterios de sostenibilidad nuestra actividad económica, revisando el modelo turístico vigente.

Pero cuando se hace referencia a una ‘nueva normalidad’ no se alude exclusivamente a las repercusiones que la pandemia ha tenido, y sigue teniendo, en el ámbito socioeconómico. También ha afectado a nuestros modos de vivir, convivir y coexistir; al entorno de la salud/sanidad personal, familiar y colectiva; en nuevas formas y maneras de empleo, de desarrollo profesional; en la superación de multitud de restricciones que las diferentes administraciones públicas nos han aplicado a nivel personal y colectivo. Y suma y sigue. El objetivo factible, tanto para el estado de nuestra salud como condición sine qua non para la recuperación turística, es la vacunación del 70% de la población en torno a finales de junio. El estado de alarma, con sus restricciones incluidas, ha cumplido con su función de control del coronavirus mejorando sensiblemente en nuestra Comunidad los índices de incidencia, de fallecimientos, de contagio, de saturación de hospitales y UCI. Ahora ha llegado el momento que nos libere de ciertas restricciones, y podamos comenzar a caminar hacia la nueva normalidad.

Pero síntomas del coronavirus haberlos haylos, por lo que las restricciones tienen que reducirse escalonadas. Pero nos hemos dedicado, unos más que otros, a politizar y judicializar el qué, el cómo, y el cuándo, del estado de alarma. La ceremonia de la confusión ha provocado el cabreo de parte significativa de la ciudadanía, especialmente los más jóvenes, han recuperado la calle, simbolizado por la recuperación del botellón. Y llegarán los cambios en la vida cotidiana. Queremos superar ciertos modos propios de la Vieja Guardia. La pantalla (la computadora que suele estar detrás) es un campo de concentración, un territorio concentrado. Cumple las funciones que hasta hace poco cumplían muchas herramientas distintas: el tocadiscos, la calculadora, el libro, el diario, el mercado, la radio, la televisión, el cine, el teléfono, la libreta, el naipe, el mapa, el correo y suma y sigue. Deberíamos poder recuperar las relaciones personales próximas y físicas. Los abrazos y los besos no deberían quedar limitados a los muy cercanos, y a ver cuántos son los valientes que se atreven a darle la mano a un desconocido cuando se lo presenten. Deberíamos recuperar nuevas aperturas en las relaciones sociales, el ocio y el espectáculo. El teletrabajo, cuya tendencia ya se insinuaba, ha llegado para quedarse, y habrá que ver cómo nos cambia.

Plantearnos, después del duro confinamiento y el estado de alarma, caminar hacia una nueva normalidad que presupone tener claro de dónde venimos y dónde pretendemos ubicarnos. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Después de la crisis financiera del 2008, que desmanteló las bases de la sociedad del bienestar, hemos ido entrando paulatinamente en un nuevo período posmoderno donde impera la ideología neoliberal. Comienza a surgir la idea de un Estado del que se espera que haga unas funciones absolutamente auxiliares de legalidad, seguridad e infraestructuras. Pero sobre todo se dibuja un Estado que propague la ideología de mercado a todas las instancias sociales: la educación, la sanidad, las relaciones, la identidad, y suma y sigue.

Pero a su vez, en estos momentos de crisis estructural, asistimos a una expansión del papel del Estado en la economía, a una velocidad y a una escala sin precedentes en tiempos modernos. Irónicamente, pese a que se registran niveles máximos de polarización y falta de confianza en las instituciones estatales, muchos insignes preferirían y prefieren que el Estado emplee sus recursos para reactivar la liquidez empresarial, reducirles sus impuestos… Y es aventurado suponer que el aumento del gasto, la regulación, la provisión de liquidez y otras medidas de la pospandemia se «compensarán» con contrapesos fiscales.

En este escenario es preciso un esfuerzo personal y colectivo para reformar nuestras fallidas instituciones y resolver inequidades económicas y sociales que se han vuelto endémicas. Es necesario fortalecer el papel del saber, del experto, y de la ciencia en la toma de decisiones; así como reforzar la resiliencia de nuestros sistemas económicos, políticos y sociales. No podemos limitarnos a aceptar la polarización creciente y el colapso de la confianza pública.

Dícese que una crisis puede convertirse en una oportunidad. Esta puede ser una ocasión única. Apostemos por una nueva normalidad sostenida y sostenible. Sin mirar con nostalgia hacia atrás, la vieja normalidad insostenible.

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