Justo ayer sábado se cumplió una década de aquel 15 de mayo de 2011 que desde la Puerta del Sol de Madrid irradió un efervescente movimiento de movilización popular en toda España y que en Balears tuvo notable repercusión inicial, con la Plaza de España de Palma como epicentro y unas consecuencias con evidentes claroscuros, en el mundo de la política y las instituciones. Por tanto, también en la vida social y aspectos concretos que afectan directamente al devenir cotidiano de las personas.

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El 15 M fue una reacción espontánea a partir del derecho incuestionable a soñar con una sociedad mejor o, dicho de forma más concreta, una respuesta, en clave generacional de la época, a la crisis económica, social y política nacida en 2008. Eran ciudadanos cansados de pérdidas socializadas y beneficios privatizados que en principio reclamaban lo elemental, vivienda digna y salarios suficientes, para después, a medida que avanzaba el éxito del movimiento, ampliar miras y objetivos. Muchas luchas acabaron encontrándose en las plazas.

La movilización popular tuvo el mérito de ser pacífica y hasta festiva en alguna de sus vertientes, pero el sueño para dar sentido a sus ideales necesitaba despertar en instrumentos de canalización y presencia política. Podemos ha sido, aunque no la única, la formación de mayor presencia y representación nacida del 15M, la fecha que pilló por sorpresa a un país que desde entonces no ha vuelto a ser el mismo porque, entre otras cosas, el bipartidismo ha quedado extinguido, las asambleas son encuentros normalizados y los partidos han afianzado los procesos de primarias y los liderazgos femeninos, impulsados desde las listas cremallera.

Balears ha sido una de las regiones en las que Podemos ha alcanzado mayor presencia desde los inicios con el logro de una amplia representación parlamentaria, dando apoyo al primer Govern de Francina Armengol y participando, con distintas conselleries, del segundo.

La presencia de Podemos en las instituciones ha permitido afianzar políticas sociales en una época de crisis acentuadas, desde la económica de 2008 a la actual de la pandemia de la covid-19. Entre los logros, en este aspecto, se puede destacar el impulso del salario mínimo y en el caso más concreto de este archipiélago, la eliminación de los aforamientos políticos que después ha acabado aprobándose por unanimidad. Podemos ha demostrado especial sensibilidad ante la precarización del sector turístico y ha empatizado con la problemática de las kellys. La oficina antideshaucios es otra de las realidades que debe sumarse al haber de Podemos.

Pero el partido generado a partir del 15M también registra notables puntos oscuros y actuaciones incomprensibles que no pueden achacarse solo a la inmadurez. Podemos ha practicado algo parecido al canibalismo político y ha sido presa de alguna cacería. Basta recordar el caso de Miquel Comas, el edil de Palma que llegó a acumular el archivo de tres causas judiciales, o el abandono de Laura Camargo. Desde otra vertiente, también ha pasado por las expulsiones de la diputada Montse Seijas y de Xelo Huertas cuando ocupaba la presidencia del Parlament. El empeño en mantener suculentas dietas difíciles de justificar, en la actual legislatura, tampoco dice nada a favor de una formación que hoy adolece de falta de liderazgo definido.