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Eduardo Jordà

Comed saltamontes

¿Existe el síndrome del pánico a la realidad? Quizá sí, aunque todavía no haya sido estudiado por ningún psicólogo ni neurólogo. Pero tenemos pruebas de que ese síndrome existe y cada día nos afecta de forma más acusada. En cierta forma nos hemos convertido en teólogos de la decadente corte de Bizancio, enfrascados en estériles discusiones intelectuales que no tienen relación alguna con la vida diaria de millones de personas. «¿Cuántas naturalezas tiene Jesús? ¿Es coeterno? ¿Es su naturaleza divina la naturaleza de la unidad o la naturaleza de la diversidad?». Estas disputas entretuvieron a los teólogos bizantinos durante siglos, sin que llegaran -como es natural- a encontrar una solución satisfactoria. En España, ahora mismo, estas discusiones teológicas se han trasladado al plano de la política, sobre todo la política territorial. «¿Somos o no somos un Estado plurinacional?», por ejemplo, podría ser uno de esos nuevos debates teológicos que jamás podrán encontrar una solución satisfactoria para nadie, igual que la doble naturaleza de Jesucristo. Y todo esto sucede, por cierto, en medio de una crisis económica sin precedentes y en medio de una pandemia que ha destruido la economía y las expectativas de millones de personas, sobre todo jóvenes condenados a la precariedad y a la explotación laboral.

El problema es que todo Occidente -o lo que antes se llamaba Occidente- se ha contagiado de esa obsesión bizantina por especular de forma absurda con la naturaleza y la realidad. Tenemos ejemplos a miles. Una estudiante de Derecho inglesa ha sido expedientada por atreverse a decir que una mujer tiene vagina. Un profesor -también en Inglaterra- ha tenido que esconderse por haberse atrevido a decir en público que era lícito hacer caricaturas de Mahoma. La biografía de Philip Roth escrita por Blake Bailey ha sido retirada de las librerías de Estados Unidos porque su autor protagonizó -o eso se dice, porque las pruebas son muy poco fiables- un oscuro episodio de acoso contra sus alumnas cuando daba clases en un instituto. El gobierno de Canadá considera que el pensamiento científico es una prueba intolerable de supremacismo blanco. Y podríamos seguir y seguir.

Y por si fuera poco, ahora se nos recomienda vivir de forma mucho más austera y hasta incómoda, se supone que por el bien de la sostenibilidad del planeta. La ONU nos recomienda comer saltamontes y otros insectos, sobre todo orugas y escarabajos, porque tienen las mismas proteínas que un filete pero resultan mucho más fáciles de producir y no consumen tantos recursos naturales. «Puedes hacerlos salteados, puedes usarlos en bolitas de proteína, puedes hacer tagliatelle», nos dice un simpático restaurador que ha montado una granja de saltamontes en Inglaterra. En México hay una receta tradicional, los «chapulines fritos al estilo mexicano», que utiliza a los simpáticos saltamontes, allá llamados chapulines (como el Chapulín Colorado de la serie de televisión infantil), pero que era un plato únicamente para gente pobre y desesperada (los protagonistas de los relatos de Juan Rulfo comían chapulines). En Extremo Oriente también se comen los saltamontes fritos, y cualquiera que conozca Tailandia o Indonesia recordará los grandes cestos en los que las mujeres vendían saltamontes y orugas en los improvisados puestos callejeros. Un amigo mío -Paco Álvarez- los probó y me dijo que no estaban nada mal. Un poco duros, sí, y bastante insípidos, pero se podían comer. Lo malo es que no se nos recomienda comer saltamontes y orugas como un suplemento dietético, sino como una alternativa a la inmoral vida capitalista que está destruyendo el planeta. Los nuevos teólogos -y los nuevos predicadores- quieren imponernos su nueva forma de vida, una forma alejada por completo de todo lo que signifique hedonismo y alegría y el placer de vivir.

En realidad es una nueva religión, una religión que mezcla el ecologismo, el feminismo y las políticas de identidad -eso que en Estados Unidos llaman woke- y que pretende convertirnos en un austero monasterio regido por la frugalidad y la abstinencia. El sexo es peligroso, la literatura es pecaminosa, el arte es egoísta, el disfrute vital es insolidario y la Historia es una mentira que sólo oculta los privilegios de una minoría etnocéntrica y malvada. Aunque parezca mentira, esta nueva religión que se funda en el rechazo absoluto a la realidad -ya que la realidad es discriminatoria y desigual y salvaje- se está imponiendo entre miles y miles de personas que la aceptan sin pestañear como una alternativa factible a la vida que llevamos. Estamos en manos de monjes y predicadores -y fanáticos-, pero nos dejamos conducir dócilmente y agachamos la cabeza y no nos atrevemos a rechistar. Y sí, sí, por supuesto, los saltamontes y las orugas son un plato delicioso. Sobre todo combinados con tagliatelle. ¿Aún no los han probado?

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