Ocasionando una mayúscula decepción, se ha desconvocado el cortejo popular andaluz en dirección a Gibraltar –¡Español!-, esa afrenta patria. Los que allí residen ejercen contumaz resistencia a ser tenidos por españoles. No quieren o, lo que más grave, no les da la gana: doble, pues, el vilipendio.

La idea no era estrambótica, se trataba de aunar lo mejor de la Marcha Verde con la tradición al estilo romería del Rocío.

En la estela ideológica de D. Edmundo Bal alquilé una Harley-Davidson y tomé prestada chupa de cuero negro ad hoc –me vi ya un liberalote- y reservé sitio precediendo al autocar de Ciudadanos, rojigualdas al viento, porque me aseguraron la presencia de la pareja, martillo de catalanes, Rivera-Arrimadas.

¡Qué ilusión! En este equipo, juventud, belleza, acción y reparto de porrazos están garantizados.

Para mejor mimetizarme con el tal Bal, funcionario cualificado que jamás pagó una nómina y que en la campaña, electoral esta vez, de Madrid ha reivindicado los servicios prestados –destacando uno, humillar a los catalanes-, aparqué algunos libros de José María Lassalle -este sí un intelectual y liberal de verdad-, sobresaliente el último –Ciberleviatán, su título- no fuera a dispersarme y acabar viendo molinos donde hay gigantes. Me creo, a pies juntillas, al prominente guardia civil, mi héroe, Pérez de los Cobos.

Para que gentes de la entereza y solidez del coronel, Rosa Díez o Dña. Cayetana se achanten, tienen que darse razones de peso. En Valldemossa he conocido una, no puedo revelar la fuente. El Centro Nacional de Inteligencia advirtió que era frivolidad pensar que sería un paseo –a por ellos eo oe eo- el reparto de la golpiza. El informe dictaminaba «contestarán y se convertirá en un baño de sangre». ¡Horror!, así ni como la Marcha Verde, ni como el Rocío. ¡Abortar!

Decepcionado devolví chupa y moto, precio del alquiler que no me retornaron. Animó mis tristezas por la ocasión perdida un paseo por infinitos kilómetros de autovía gratuita. Y aprendí la lección. Hay que saber elegir con esmero y detenimiento a quien hostiar. Mejor a esos que se defienden con urnas y Fairy (Enric Millo dixit); para qué meterse con unos que pueden responder con el mismo nivel de vehemencia, violencia o indignidad según quién sea el observador que describa la escena.

De regreso al hogar mi hermano Sancho me reconvino. Ni ínsula ni gigantes, tan solo una brisa reaccionaria muy antigua que nubló la razón el día que se denominó de las hostias y que ahora celebraremos como la infausta jornada, la de Gibraltar, de falta de arrestos, precedidos todos por la oportuna pancarta donde reza «Pérez de los Cobos, cobarde».

Y de la aflicción sin reconquista a la risa del coletas, que ya se ha ido. Pablo Iglesias lloriqueando en la vanguardia (27.04.21) por la seguridad, dice, de papá, mamá y sus hijos. La Revolución, la conquista de los cielos, desarmada por el griterío de dos docenas de mamarrachos. Este, que desde su ego desmedido devela y apunta fascistas por doquier, suelta el lagrimal para decir las mismas cosas que, en su día, Soraya. De vice a vice el poder siempre protesta cuando le tosen.

Moderno «Pablo, Pablito, Pablete» (José María García) ve fantasmas gigantes donde sólo hay molinos toscos. Le pondremos tres ejemplos de entre nosotros.

El general ha regalado su trayectoria profesional, admirable y deslumbrante, a un grupo de innominados para obrar como limpiabotas de Campos. Esto le hace patán, el general patán, pero no fascista, por mucho que deteste a los catalanes. Todos tenemos alguna manía inconfesable. El expresidente Bauzá exhibe la cultura del pífano, sí Le Fifre pintado por Manet. No aborrece el catalán, ni el idioma ni a los oriundos, lo ve como una jerga de indoctos y payeses que deberían habitar el museo etnográfico de Muro. Ni su altanería es capaz de convertirle en un fascista.

Y Jorge Campos es un clown del que se ríen los fascistas, los poderosos, los ricos y hasta la Iglesia Católica. Repasa una y otra vez, suspirando, el prólogo, el libro es muy largo y denso, de una biografía del general Valeriano Weyler, mallorquín y Grande de España, inventor de los campos de concentración. No hay fascismo, tan solo la modernidad intelectual que tiende al vacío perfecto. («el vacío es más bien en la cabeza», A. Machado)

Lágrimas de Iglesias anotando fascistas como el pistolero marcaba muescas en el colt. Vómitos diarios de quienes descubren y registran comunistas, socialcomunistas, feminazis y demás ralea. Recontados los votos de Madrid resulta que son tal minoría que se acercan a la insignificancia. Pesadez binaria que producen estos simples en una deriva que si n o la rechazamos con energía y pulcritud nos acabará engullendo.