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La plaza y el palacio | El triunfo del diluvio

Hace décadas, la viñeta de un dibujante mostraba, en alta tribuna, a un político que advertía: “O nosotros o el diluvio”; y los de abajo respondían: “El diluvio, el diluvio”. Lo digo a propósito de las Elecciones madrileñas, no para apuntarme a la despreciable corriente que acusa a los electores de “equivocarse” sino para intentar entender por qué consideran el diluvio como la salida más racional. Porque, entre otras cosas, la derrota de la izquierda tiene mucho que ver con haber llevado a los electores a considerar que el diluvio es una opción. Ayuso, al principio, fue la nada; luego, una caricatura de sí misma y, por fin, ha creído sus mentiras y está dispuesta para homenajear a Berlanga. Pero la izquierda, paralelamente, se mostró a buena parte de la ciudadanía, con inapropiada altivez, vagabunda en busca de autor, transitando desde el vacío conceptual a los símbolos, de ellos a los gestos y de éstos a los aspavientos.

Tras el debate de la SER me convencí de que la izquierda había conquistado la derrota. Quizá tuvieran que retirarse, pero el problema es que alcanzaron la felicidad al poder oponer al lema “libertad o comunismo”, incapaces de desmontar con argumentos, otro: “democracia o fascismo”. Habían servido el diluvio, humillando a dudosos que, desde luego, no se sienten fascistas. La izquierda no ha entendido los cambios sociológicos de Madrid, el auge de capas medias ahora asustadas por la pérdida de estatus, por la quiebra de proyectos que confunden la modernización con el consumismo hiperbólico. Y no es posible pasarse la vida epatando al burgués y luego enfadarse si vota a la derecha. Sobre todo porque ocupan nichos fronterizos con otros grupos sociales más débiles y tienen una capacidad de dirección ideológica de la que carece la izquierda. En torno al debate habían dramatizado aún más un paisaje que cada vez les era más adverso por exceso de drama. La pregunta ahora es: ¿de verdad ha triunfado el fascismo?, ¿en qué posición deja a la oposición esa postura?

No hay que creer que lo sucedido se explica por la campaña electoral y la situación pandémica, aunque sean imprescindibles en el análisis. Pero tiene más que ver con el establecimiento de marcos de comprensión y de acción anteriores al confinamiento, aunque este los conformara. La izquierda que asusta a muchos electores, alimentada por la Sexta, las redes y simpatiquísimos comediantes, repite con Ayuso los errores cometidos con Aguirre. En estos tiempos, la eficacia política del chiste acaba cuando se convierte en instrumento de multiplicación del mensaje del adversario. El traspié máximo fue repetir desde antes de la convocatoria: 1) que el PP dependía de Vox; 2) que la derecha no hablaba de las cosas que interesaban a la ciudadanía. Eso animó a concentrar el voto en el PP -laminando a Ciudadanos-. Pero, sobre todo, la derecha ha hablado de los problemas de los madrileños más que la izquierda, aunque desde otra perspectiva: la izquierda no ha sido capaz de dotar de sentido a las restricciones de Derechos, por la misma razón que el Gobierno del Estado renunció a liderar políticamente el proceso de salida de la pandemia, dando volantazos, presentando normas de dudosa constitucionalidad, agazapado en un increíble CIS y en la frialdad de asesores sin responsabilidad política, empeñados en jugar a las mociones de censura y a romper los vínculos entre las necesidades reales y la solvencia institucional y partidaria.

Creo que los buenos resultados de Más Madrid se explican porque ha permanecido más pegado a la realidad que el resto de la izquierda, sin que pueda imputársele ni el silencio como proyecto vital -PSOE- ni la creencia en que la histeria les absolverá, suscrita por Iglesias hasta el final. La gran cuestión consiste en saber cómo y cuándo la izquierda entregó a la derecha la bandera de la libertad. Antes de ridiculizar a Ayuso convendría revisar vídeos o discursos de Tierno y la movida madrileña de la Transición. Porque la izquierda también ha renunciado a las facetas más liberadoras de esa Transición -la noche electoral el único líder que reivindicó la Constitución fue ¡Abascal!-. Ha sustituido esa libertad por un discurso preñado de respetabilidad temerosa, ataques a la monarquía, lenguaje políticamente correcto y altamente coercitivo, memorialismo histórico que demasiadas veces se desliza a lo naif y atomización de mensajes para superminorias ya convencidas. Mientras, propicia la conversión del Estado social en Estado pastoral, ofreciendo ayudas sin intentar que los frágiles sean los actores de procesos sociales de cambio, sin que tengan que ahogarse en el diluvio de disparates de líderes que no comprenden que la polarización beneficia a la derecha. Una izquierda entregada a sus emociones, que navega entre el romanticismo nervioso y la predisposición a pensarse como un centro imposible, que deja a la derecha la labor de reconvertir la libertad en valor de cambio. La izquierda que no habla de economía y permite que el neoliberalismo, teóricamente puesto en jaque, descienda a las relaciones amorosas o a las costumbres del ocio madrileño.

¿Es eso fascismo? No. El fascismo, aquí, no nos sirve como categoría analítica encarnada de manera significativa como para dirigir una práctica alternativa a la recomposición del pensamiento conservador. Aunque caigan en esa trampa héroes del silencio que encuentran excusa para proclamar un “antifascismo” que no tiene más recorrido que reforzar un poco más a la ultraderecha. Lo importante es entender las pasarelas entre el derechismo del PP y los nuevos ultras: es la amalgama y no la renovación absoluta de la política lo preocupante, lo que impide discursos reformistas y captar segmentos de electorado que se identifica con ideas fáciles de asimilar y no con banales revoluciones en los discursos que no ofrecen transformaciones comprensibles. Ni mera ideología ni pura gestión: o la izquierda es capaz de regresar a la política, esto es, al proyecto que incluye las vías para su desarrollo, o la política de lo cotidiano de la derecha avanzará.

No obstante, creo que también hay que distinguir las voces de los ecos: porque en la construcción de esa política -plural, llena de complementos entre siglas, arraigada en fórmulas de regreso a las calles desde los castillos del hiperliderazgo y las primarias- requiere no obsesionarse con Ayuso. Entre otras cosas porque la victoria de ésta puede causar muchos problemas a medio plazo al PP y a su conglomerado de apoyos. Pero eso habrá que forzarlo y no esperarlo sentados, mandando twitters con ocurrencias. 

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