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Miguel Vicents

El adiós del necio

Tras pasar de la vicepresidencia del Gobierno a la irrelevancia política en la Comunidad de Madrid, Pablo Iglesias decidió que la noche electoral de Isabel Díaz Ayuso también era la suya. Y anunció que dimitía de todos sus cargos de forma irrevocable y abandonaba la política. Pero en el gesto que siempre honra al político derrotado, no hubo en esta ocasión grandeza, atisbo de humildad, ni tampoco asunción de los propios errores, pese a la inteligencia política del personaje, sino la exhibición superlativa de dos de los grandes males de la sociedad y también de la política actual: el victimismo irresponsable, como salvoconducto ante todos los errores cometidos, que son siempre culpa de los demás, puedan o no identificarse. Y la egolatría sin límites, la entronización del propio ego sin el menor pudor.

Iglesias se definió como la gran víctima, como «el chivo expiatorio» que moviliza «lo peor de la sociedad», «los afectos más oscuros y contrarios a la democracia», que él identifica con la ultraderecha y el fascismo, «con la derecha trumpista», una «tragedia para la sanidad, la educación y los servicios públicos» , subrayó.

Y acto seguido, con dos versos de El Necio, la canción-himno que Silvio Rodríguez dedicó a Fidel Castro, compuesta, además, tras una mala experiencia del cantautor en el aeropuerto de Miami, donde unos exiliados le rompieron la guitarra, alabó su propia coherencia personal, que el líder de la nueva trova prefería llamar necedad: «La necedad de vivir sin tener precio». Y se fue alabando la consecuencia de sus actos con las palabras prestadas de Silvio Rodríguez. «Yo no sé lo que es el destino/caminando fui lo que fui/allá Dios que será divino/ Yo me muero como viví». Hasta su próximo lanzamiento televisivo.

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