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Hoja de calendario | Las patentes

Parece atinado que los ‘nuevos’ Estados Unidos, ahora más solidarios y humanitarios que hasta hace poco, hayan planteado la suspensión de las patentes de las vacunas contra la covid-19 para que pueda realizarse la vacunación global en el menor tiempo posible (el peligro solo pasará cuando eso suceda: el primer mundo no puede sentirse seguro mientras gran parte del planeta esté sometido a la pandemia). La Unión Europea y numerosos países se han adherido a la propuesta, que lógicamente no ha agradado a las farmacéuticas, que son al fin y al cabo las que han conseguido el prodigio: no una sino varias vacunas en menos de un año.

Es posible plantearse que la salud es un bien demasiado preciado como para dejarlo en manos del mercado. Pero lo cierto es que el mundo no está organizado así: los grandes avances médicos provienen de un puñado de empresas privadas que cooperan con las mejores universidades del planeta. Y sería absurdo que, cuando estas compañías, sociedades anónimas cotizadas en casi todos los casos, consiguen hacer un buen negocio y de paso salvan a la humanidad, tuvieran que padecer el castigo de la expropiación, aunque sea parcial.

Es claro que el interés general tiene que prevalecer sobre el particular, pero también lo es que el objetivo que se busca puede conseguirse incentivando la producción de vacunas, financiando desde el sector público nuevas fábricas, impulsando la distribución, etc. A menos, claro está, que se quiera cambiar el modelo productivo. Algo que ni Washington ni Bruselas parecen muy dispuestos a hacer.

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