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Antonio Papell

El adiós de Pablo Iglesias

Si se piensa que Biden ha tomado posesión de la presidencia de los Estados Unidos a los 78 años, y que podría acabar por tanto su segundo mandato con 86, se entenderá que uno no crea del todo en la retirada «definitiva» de Pablo Iglesias, quien ha anunciado que se marcha de la política de partidos, de la política institucional, a los 42 años. De cualquier modo, su desgaste es incuestionable y la voluntad de desaparecer siquiera una temporada, reconfortante para él mismo y para sus entornos, ya que la demonización que de él se ha hecho, con razón o sin ella, lo ha convertido en una compañía tóxica que debe eclipsarse una temporada.

Su retirada, en todo caso, cierra un periodo convulso de la democracia española que arranca claramente de la crisis económica de 2008 y de la rápida degradación de la situación socioeconómica del país sin que ni las autoridades de aquí ni las europeas arbitrasen soluciones: la imposición de políticas de austeridad que agravaron el sufrimiento de la población, inerme ante crímenes cometidos por otros, exacerbó a las gentes y, en nuestro caso, dio lugar a la gran movilización del 15 de mayo de 2011 que puso nombre al movimiento 15-M o de los indignados, que en un primer momento se centró en la reclamación de unas mejoras en la calidad democracia. «No nos representan», «Democracia, real, ya» y otras consignas dieron idea de la significación de aquel movimiento espontáneo. De aquellas movilizaciones surgieron diversos embriones de partidos, entre ellos «Podemos», que se creó en 2014 al mando de Pablo Iglesias y que obtuvo cinco eurodiputados en las elecciones europeas de aquel año.

La definición ideológica de Podemos nunca se ha fijado completamente. Santos Juliá, catedrático en la UNED, afirmó en su día que las ideas transmitidas por los líderes de Podemos podían concretarse en «la lucha por la hegemonía, de Gramsci; la razón y la mística del populismo, de Laclau; algo de Lenin y mucho de Carl Schmitt». La definición está en Wikipedia. Y si alguien tiene interés en conocer mejor aquel originario populismo haría bien leyendo «En defensa del populismo» de Carlos Fernández Liria, con un esclarecedor prólogo de Luis Alegre. Básicamente, según el propio Iglesias, el binomio determinante ya no era derecha-izquierda sino democracia-dictadura. Errejón sigue pensando aproximadamente lo mismo al frente de Más Madrid y de Más País.

Lo cierto es que aquel partido progresista y todavía indefinido lograba 15 escaños en las elecciones andaluzas de 2015 y 69 diputados en las elecciones generales de diciembre de aquel mismo año, con cerca del 21% de los votos. En febrero de 2016, Pedro Sánchez y Albert Rivera firmaron un pacto respaldado por sus diputados basado en 200 puntos progresistas, que necesitaba el respaldo de Podemos para ser viable; el objetivo era echar del Gobierno a Rajoy, que se beneficiaba de la falta de un candidato con posibilidades para la investidura. Iglesias, que pareció ceder en un principio, se echó finalmente atrás, Rajoy siguió gobernando y se celebraron nuevas elecciones en junio de 2016. Antes de la nueva consulta, Podemos e IU decidieron fusionarse para dar lugar a Unidos Podemos. Reiteradas las elecciones generales en 2016, Unidos Podemos obtuvo 71 diputados y la formación quedó teñida de rojo intenso ya que ocupó el lugar relativo que perteneció antes a Julio Anguita, entre otros. La negativa a formar un gobierno posibilista de progreso y la fusión inútil (no aportó ni más votos ni más diputados) con Izquierda Unida fueron los errores más abultados de Pablo Iglesias, quien debió entender que una formación radical de izquierdas nunca sería transversal y acabaría reduciéndose inexorablemente a los límites que antes correspondieron al PCE primero y a IU después.

El resto de la historia es conocido: Iglesias se ha retractado tácitamente de sus inclinaciones antisistema; ha abrazado la democracia del 78, que quiere reformar; ha luchado por la reforma social pero no ha sabido adaptarse del todo al convencionalismo democrático y ha sido un pesado lastre para el PSOE en el gobierno y fuera de él. Ha sido un excéntrico que ha dejado huella pero que chirriaba en una democracia normalizada. Probablemente, las causas sociales se beneficiarán de su regreso a la sociedad civil, donde tendrá más márgenes de capacidad de presión y de maniobra sin perturbar el juego de partidos, que debe seguir desarrollándose en el centro y no en los arrabales de la política.

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