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Norberto Alcover

En aquel tiempo | ¿Es esto política?

Desde El ala oeste de la Casa Blanca, no visionaba una serie como la danesa Borgen. Con la particularidad de que, en este caso, me resulta más cercana a lo que sucede en nuestros lares, por una conjunción casi perfecta entre guion, realidad y humanismo. La protagonista es una mujer que se ve implicada forzosamente en el destino de su país, hasta el punto de que va y viene en su cargo de Primera Ministra en ese edificio fundamental para la democracia danesa, como es el Borden, sede parlamentaria y constitucional del estado danés. Ella es mujer, política, esposa, madre, mientras se juega la vida y la de su propio país sin evitar agravios y desagravios de cualquier naturaleza. Menos excitante que las series yanquis, nos aproxima más y mejor a la persona de esta mujer fuerte como pocas que, como tantas otras, deja jirones de su vida entre convicciones, coaliciones y deseos.

Pero uno, curado de espantos a estas horas, se pregunta si lo que llamamos «vida política» es esta especie de muerte permanente en que viven sus protagonistas. ¿De verdad es así de cruel mantenerse año tras año en el candelero? ¿No es posible una vida menos excitante pero a su vez más humana? ¿Sufren tanto y de formas tan diversas esos hombres y mujeres que se entregan por completo a este ritmo feroz? Desconozco la respuesta por falta de experiencia personal, pero entonces recurro de nuevo a los relatos seriados de los que he escrito y otros que todos conocemos para comprender que todo esto vale la pena en razón del poder, de la convicción y de esta increíble sensación de «estar creando un nuevo país». En último término diríamos que disfruten del riesgo sin límites, capaz de crear una personalidad acentuada y esperanzadora. Por esta razón, una persona como Gabilondo, candidato a Madrid, me pregunto si percibe la situación, tan airada, como una vocación o, más bien, como una obligación. Que no es lo mismo.

No se trata, sin embargo, de una visión del todo feroz de la vida política. En absoluto. Los/las protagonistas de estas dos historias, un hombre y una mujer respectivamente ya insinuábamos que experimentan emociones dominantes que se seguramente les producen dolor pero también satisfacciones sin límite: una victoria legislativa, un hito electoral, el respeto de sus compañeros, la admiración de los más jóvenes militantes, y sobre todo la satisfacción del deber cumplido. Nada de esto elimina las dolorosas reacciones de los adversarios, por supuesto, pero son capaces de trascenderlas a pesar de los interrogantes que me suscitan. Nadie es capaz de saborear la vida sin un margen adecuado de felicidad en la acción desarrollada.

Cuando perdemos por completo la esperanza, entonces sí que la vida pierde sentido: algo así puede pasarle al político cuyas insatisfacciones superan descaradamente sus expectativas. Pero puede autorredimirse. Tal es la vocación política en cuanto tal. Y un detalle: los grandes triunfadores son quienes tienen la fortaleza de retirarse en el momento justo.

En todo casi, las dos series muestran la inhumanidad de la «maquinaria política». Parece mentira que hombres y mujeres como nosotros acepten como forma de vida tanta tensión y tanta derrota, tal vez en pequeños detalles cotidianos, incluidos los personales de índole interior y familiar. Ha de ser terrible que al volver a casa tras una jornada desagradable en la vida pública, el ámbito familiar sea un varapalo más en los lomos de los propios sentimientos. Y no poder parar. Y tener que irse a la cama prácticamente sin un detalle personal positivo. Eso que llamamos amor. Y del que cuando la vida nos separa, entonces surge la pregunta con la que titulamos estas líneas: ¿es esto política? Volvamos al comienzo: dos imágenes políticas diferentes, en la medida en que Estados Unidos y Dinamarca representan dos culturas de sesgo casi opuesto y dos formas de concebir la familia muy diversas. Pero en el meollo de las dos aparece la pregunta de marras, cuya respuesta visionamos en la pequeña pantalla. Solemos criticar sin piedad a políticos y políticas, y en general con mayor virulencia a las segundas (lo que no deja de ser un machismo insufrible), pero el hecho es que tantas veces tendríamos que preguntarnos por sus vidas, por cómo viven sus realidades cotidianas, y más allá de todo esto cómo se responden a nuestro interrogante dominante: cómo superar los trastornos de su opción vital, los horrores y satisfacciones de la política. Porque personas como Churchill hay pocas.

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