Diario de Mallorca

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Que los españoles tenemos por costumbre exagerar las cosas es algo sabido; solemos acusar del vicio a los andaluces pero abunda en todas partes. Por poner un solo ejemplo, la puesta en marcha de un nuevo ferry, el Eleanor Roosevelt que funciona quemando gas natural, se ha aplaudido alabando su condición de «barco sostenible». Imagino que el autor de la frase debe referirse a que no tiende a hundirse, porque usar gas como combustible es tan insostenible como quemar petróleo, gasolina o gasóleo. Hace siglos que los barcos navegan de manera sostenible, a vela, pero no es el caso.

Sin embargo, la exageración de moda es de clave política y se ha multiplicado a causa de las elecciones que se celebran hoy para renovar la asamblea de Madrid. Los eslóganes de la campaña —«libertad o comunismo», «democracia o fascismo»— parecen sacados de un tebeo histórico y tienen parecido poder de convicción. ¿De verdad se cree alguien que cualquier indeciso va a plantearse en serio semejantes alternativas? Que, por añadidura, los candidatos que se autoproclaman más equilibrados y ecuánimes —sosos, dicen ellos— elijan como compañero de fotografía no a un intelectual, un científico o un artista de gran valía sino al presentador que es toda una referencia en la telebasura pone de manifiesto que las virtudes de la prudencia se han dejado ya en el olvido.

Pero la exageración más manifiesta es la que se nos ha vendido respecto de la cita electoral. Creo no andar equivocado si pienso que de las urnas va a salir la próxima persona que presidirá la Comunidad Autónoma de Madrid. Pero se habla por doquier del enfrentamiento entre Isabel Díaz Ayuso y Pedro Sánchez por más que este último no sea candidato, y se sostiene sin pudor alguno que en realidad estamos ante una especie de elecciones generales más o menos disimuladas. Cierto es que, con la Historia en la mano, cabe recordar que la II República llegó de la mano de unas elecciones de rango aún más bajo que las madrileñas de hoy; unas municipales. Pero en realidad hizo falta que el rey Alfonso XIII huyera hacia el exilio dejando un vacío de poder. Conociendo a Pedro Sánchez y su más que demostrada capacidad de resistencia, suceda lo que suceda hoy es harto improbable que salga del Palacio de la Moncloa para otra cosa que no sea dar un paseo por los jardines de la carretera de la Coruña.

Otra cosa es que hoy cambie algo o no cambie nada en Madrid. En realidad las dos posibilidades llevarán a lo mismo: a una catarata de exageraciones que, o bien enterrarán el llamado compromiso Frankenstein vencedor en la moción de censura gracias a la cual Sánchez se convirtió en presidente, o arrojarán a la derecha a los infiernos. En realidad cabe hacer ambas cosas a la vez si los resultados de las urnas obligan a Vox a entrar en el Gobierno madrileño. Sería la coartada perfecta para exagerar aún más.

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