La contundente victoria electoral de Isabel Díaz Ayuso en Madrid y, por consiguiente, del Partido Popular -y adviértase que he antepuesto a la candidata por delante del partido-, se enmarcaría en otra más de las noches electorales gloriosas de la calle Génova si a la hora de hacer cábalas sobre el futuro gobierno quedara excluida la ultraderecha de Vox. No parece que vaya a ser así, y el escrutinio certifica que la incontestable vencedora de los comicios madrileños deberá apoyarse en los ultras para gobernar con mayoría. Lo preocupante para la democracia no es, por tanto, quién ha ganado las elecciones, de eso no cabe ningún género de duda, sino de quién dependerá el futuro gobierno y qué peajes deberá pagar la presidenta hasta que vuelva a haber elecciones dentro de dos años. El ejemplo reciente de Murcia, gobierno popular que acaba de entregar a Vox competencias nada menos que en Educación, puede ser como los Globos de Oro a los Oscar, la antesala de lo evidente y de lo peligroso. En este caso, el prólogo de más de un disparate a poco que Ayuso se descuide.

En días de pandemia covid, con estadísticas de contagios alejadas de las mejores de España, la presidenta ha arrasado a fuerza de insistir en un madrileñismo difícilmente exportable. Y además inédito. Los bares, las terrazas, el vivir a la madrileña, el orgullo. Se ha "cargado" a Pablo Iglesias, ha ganado en barrios y poblaciones de Madrid donde jamás había ganado el PP o donde la izquierda era hegemónica. En Vallecas, Usera, Vicálvaro, Parla, Leganés… Sería injusto atribuir el “ayusazo” a la absorción de los apoyos perdidos por Ciudadanos, un partido en el desguace. El mérito es suyo y el demérito de sus rivales. Sin embargo, a menudo se ha dicho que un madrileño se siente español porque no puede sentirse otra cosa, pero ni en las novelas de Pérez Galdós ni en las zarzuelas de Federico Chueca o Carlos Arniches se hallará entre sus letras rasgo alguno de nacionalismo castizo excluyente como el exhibido por Díaz Ayuso, ninguna muestra aparente del singular independentismo germinado entre las calles de Chamberí o Lavapiés. Ese orgullo autonómico enfrentado al Gobierno central ya lo exhibe el Partido Popular hace años en Galicia, en Andalucía o en la Comunidad Valenciana, con mayor éxito para algunos y con menos para otros, pero era desconocido en Madrid. Por artificial, por impostado. Debería ser coyuntural. A ver qué pasa.

A Pablo Casado casi le viene bien que Ayuso necesite a los ultras para pactar según qué cuestiones. Una mayoría absoluta de la candidata habría puesto al presidente del PP en serios problemas de autoridad y a la reelegida presidenta en el disparadero hacia empresas de mucho mayor calado, verbigracia, la disputa por el liderazgo del partido y de la Moncloa. Ese escenario deberá esperar.

Para Pedro Sánchez, por su parte, las elecciones madrileñas podían considerarse o no un plebiscito, pero ojo, debe tomarse en serio el terrible batacazo sufrido por el PSOE. Añádanse los apellidos que se quieran: humillante, indecoroso, sin paliativos, incontestable, tremendo, superado por un partido casi en formación que, además, nació de la escisión de otro que aún forma parte del Gobierno y cuyo candidato acaba de ser vicepresidente del mismo.

Nadie duda de las bondades de Ángel Gabilondo como persona, como catedrático de Filosofía, como amigo e incluso como vecino, pero la sensación que ha dado en la campaña y en los meses de mayor recrudecimiento de la pandemia era la de simple invitado en esta contienda. Ni su propio partido creía en él. Mucho menos él mismo.

Pablo Iglesias no solo no ha logrado que la izquierda sume, sino que ha sido incapaz de superar a los excompañeros que él mismo purgó. Su anuncio de dejar la política y todos sus cargos era la única salida posible. Más Madrid (Más País en versión nacional con Íñigo Errejón como rostro reconocible) ha sido la sorpresa de esta cita electoral, una baza de futuro en que se puede mirar el electorado de izquierda al que ha ninguneado el PSOE y con un referente claro, el de Mónica García, capaz de rubricar el sorpasso en votos a los socialistas.

Madrid hoy se mira en Isabel Díaz Ayuso mientras el resto de España la observa de reojo. En los próximos dos años, su gestión dirá si ha nacido una estrella o lo que se nos viene encima es un meteorito.

@jorgefauro