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Miguel Vicents

Cabrera, 30 años después

Un Parque Nacional como Cabrera es en la protección del medio ambiente lo que un Museo Nacional en la historia del arte. Para su declaración no basta con la voluntad de proteger un espacio natural más o menos singular o de preservar su entono de la acción humana, como en una reserva o en un parque natural. Es necesario que éste explique un contexto concreto de forma amplia y sistemática. Y así, como El Prado recorre la pintura de España, Flandes e Italia del siglo XV al XVIII, el Parque Nacional de Cabrera preserva en su archipiélago y también difunde un ecosistema mediterráneo completo tal como fue pero con una lectura de hoy. Los conservadores de las obras de arte, en este caso de los tesoros naturales del archipiélago, son los profesionales que trabajan en el parque cada día, se ocupan de su gestión y procuran que los proyectos de investigación no se detengan, es decir, que la cadena del conocimiento sobre el medio avance para beneficio colectivo. Pero para que eso ocurra, la administración, a través de nuestros impuestos, debe procurar recursos suficientes. De igual modo que nadie entendería que El Prado fuera reducido a un almacén de antigüedades o a la colección de pinturas de los reyes españoles.

La protección es un paso, pero solo es el primer paso. La declaración de Cabrera como Parque Nacional de la que ahora se cumplen 30 años supuso, como se ha dicho, una gran victoria colectiva. Pero es necesario abandonar ya esa fase inicial. Aprender a distinguir la importancia de Cabrera como espacio único de entre todas las zonas protegidas de Balears y actuar en consecuencia. Entendiendo que proteger o ampliar la protección de una zona sin dotarla de recursos dignos es solo un eslogan.

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