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Alex Volney

Vuelta al gregarismo

El hábito individual de la lectura peligra a manos del ágora enfurecida de las redes.

En la Biblioteca de Alejandría nació el concepto de libro escrito que conocemos en la actualidad. La biblioteca más importante de la Antigüedad, que no disponía de un gran edificio y contrastaba su limitado volumen con el Museo adjunto, parece ser que tampoco sucumbió bajo las llamas que cuenta la leyenda, comenzó a garantizar la corrección del texto de autor, facilitar su conservación y permitir su multiplicación a la vez que hizo posible el acceso a la lectura en espacio y en tiempo. Esta revolución de más de dos milenios cambió para siempre la trayectoria del pensamiento humano y su «democratización». A pesar de la innegable importancia de Gutenberg sus quinientos años contrastan con los dos milenios de transmisión de la cultura de una determinada manera que ha llegado hasta nuestros días. Parece ser que los más recientes hallazgos confirmarían la vital importancia en el cuidado y en la técnica de conservación del periodo bizantino. En el siglo cuarto de nuestra era se desarrollaría el libro escrito al servicio de la lectura individual, lógicamente todavía muy lejos de lo que hasta hoy hemos conocido pero abriendo un claro camino en esa crucial vertiente. El helenismo iría practicando su peculiar globalización a la vez que fecundándose en las tierras ocupadas por las culturas propias de cada lugar. Así empezaría pronto el desinterés por comunicar a las grandes audiencias, certámenes o representaciones. La técnica y la condimentación de la forma irían forjando una nueva orientación. En ese momento la literatura pasará a ser la espuma en el vaso de la comunicación que verá, al ser recibida por las masas, cómo los esquemas se van rompiendo y los pueblos se la van haciendo suya. Delante del fuego en las noches escuchaban los más pequeños en el ágora familiar, ahora la difusión pasaba al individuo por multiplicación. El latín irá quedando en los palacios mientras las gentes se deleitarán y verán florecer sus lenguas propias. Poco a poco el continente irá cogiendo terreno al contenido en todas sus formas. Paulatinamente y en todos los campos se hará, con los siglos, el camino a la inversa hasta dos mil años después y llegando al circo actual. Cada vez más es perseguido el individuo sea en su proceso creacional o el aislamiento que permite la lectura como se la ha entendido hasta hoy.

Sí, los soportes electrónicos representaban el peligro de la creación de un hábito bien diferente. Por suerte el mercado no les fue favorable. En un futuro mientras usted lea su novela elegida verá interrumpida esa íntima relación con la autora o el autor por una cuña publicitaria que en diagonal o en vertical o en horizontal, que más da, le anunciará o recordará si sube o baja el precio de un bote de garbanzos, sin miramientos.

El hecho individual que ha permitido durante más de dos mil años el mantenimiento de un hábito del autocultivo de la cultura peligra cada vez más bajo el yugo de la hegemonía de la estupidez donde un contenido se va vaciando de sustancia día a día sin detenerse. Instagram, facebook o el soporte que quieran nos vuelve al ágora más ancestral, al recital y a la eterna representación y a lo más gregario de este mundo, incluso muchas veces al linchamiento (cuando no al insulto desde el anonimato en las gradas de la cobardía sin firma). Sí, ese circo con leones y caciques levantando el pulgar aleatoriamente. Nos encontraremos con ello, tarde o temprano, si ya no lo hemos hecho.

La Biblioteca de Alejandría no quedó destruida por las llamas como nos dice el cuento, las llamas fueron en los almacenes del puerto y afectó a la industria que comercializaba las copias y su distribución de los volúmenes que aglutinaban el saber universal en expansión. Quedó arrasada por muchísimo tiempo por las implacables y metódicas purgas, este deporte tan antiguo.

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