Todo artículo debe contener su antídoto. Antes de erizar los cabellos, conviene recordar que 350 mil casos diarios de coronavirus en la India equivalen con la corrección demográfica a doce mil en España, que contabiliza alrededor de diez mil y se halla por tanto en una situación paralela. Más aún, el país europeo triplicaba la media actual del asiático en enero. Por no hablar de que los vascos exigen a Madrid un estado de alarma, sin duda la mayor confutación del nacionalismo desde los albores de esta doctrina.
Ahora ya podemos asustarnos en condiciones, porque la India es la nueva China del coronavirus, con el agravante de que la mayor democracia del planeta no dispone de los métodos dictatoriales de contención aplicados por Pekín. Quienes se engañan con una pandemia en retroceso, deberían recordar que en el mundo hay más enfermos de covid y más nuevos casos diarios que nunca, debido al influjo del país asiático y con la nota optimista de que la cuota de fallecimientos no señala máximos.
Por comparar al gigante con uno de los países que peor ha gestionado la covid, la India tiene ahora tantos casos activos como contagios ha registrado España en la historia de la pandemia. Y sobre todo, el subcontinente asiático ha incubado la variante más eficaz del coronavirus, diseñada pacientemente durante meses por las leyes darwinianas para infectar a una superpoblación dotada de una inmunidad suplementaria por el catálogo de enfermedades contagiosas que combate a diario. La fatiga no deber inducir a la despreocupación. Cuidado con la India, su mutación ya ha desembarcado en Reino Unido o Alemania. En la cuna del hinduismo se juega la hipótesis de un virus inteligente, un huésped más astuto que sus anfitriones y que siempre acaba por encontrar una llave para franquear los cuerpos. La probabilidad de dicha catástrofe es del diez por ciento según los epidemiólogos solventes, ¿apostaría contra ese porcentaje de apocalipsis?