Diario de Mallorca

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El activista Hans Kristian Gaarder, fundador del Kulturlave, un club noruego cuyo cometido primero era negar que el coronavirus existiese, siendo el segundo el de poner en marcha un tribunal popular destinado a juzgar a quienes lo crearon, ha muerto sin aclararnos la contradicción obvia que existe entre los dos objetivos principales de su organización. Pero ¿a santo de qué hay que exigirle a nadie el ser consecuente? Se puede creer que la tierra es plana y, a la vez, apuntarse a una vuelta al mundo en crucero de lujo porque siempre aparecerán argumentos para defender la verdad suprema. El único problema que tiene el negacionismo más de moda, que es el que explotan las cadenas de televisión de mucha audiencia, es que del coronavirus te puedes morir agarrado a tus contradicciones. Dicho de otro modo, te mueres negando que sea un patógeno diminuto el responsable. Las grandes amenazas exigen grandes responsables y carece de sentido fijarse en aquello que ni siquiera puedes ver. Pero sí que cabe despotricar de los dueños del mundo, a saber, el Vaticano, la City de Londres y la capital de los Estados Unidos, Washington Distrito Federal. Fueron ellos, a ciencia cierta, quienes mataron a Gaarder y encima, como muestra suprema de maldad, obligando a los médicos a decir que los síntomas de su agonía eran los típicos de la covid-19. Es posible imaginar un final aún más dantesco si hubiesen logrado vacunarle porque, como todo el mundo sabe y el Kulturlave sostiene, la gasa con esparadrapo que te ponen en el brazo explota en cuanto entra en contacto con la red telefónica 5G.

Dentro de las fuerzas del mal a las que acusaba Gaarder de plantar pensamientos en el cerebro de los ciudadanos mediante armas de radiaciones —entre otras cosas— están los jesuitas, la Orden de Malta, la industria farmacéutica y las autoridades noruegas. La Superliga habría sido, casi con toda seguridad, el candidato siguiente. El diario que editaba el negacionista desaparecido sabrá enmendar esa ausencia imperdonable en quienes atienden a la presencia y diálogo con los alienígenas y al revisionismo del Holocausto. La única precaución necesaria es la de no dispersar las amenazas, así que brindaré una posible línea de argumentos para mantener viva la lucha. El coronavirus, que no existe, ha sido creado por jesuitas alienígenas animados por el Vaticano que cuentan con altos cargos en el Ala Oeste de la Casa Blanca y, en sus ratos libres, especulan en la Bolsa de Londres. El objetivo de sus manejos es convencernos de que Hitler murió tras haber asesinado a seis millones de judíos, gitanos y comunistas, cuando es evidente que vive en Las Vegas y sus víctimas no pasaron de cinco millones y medio. Para poder combatir esas amenazas la única salida consiste en destruir todas las vacunas, arruinando a las farmacéuticas. Y así ya sólo nos queda por derrotar el enemigo de la Orden de Malta.

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