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Matías Vallés

Al Azar | Por un banco con seres humanos para pervertidos

Comparto con la banca en una valoración apresurada la convicción de que los humanos son seres engorrosos y de incompetencia escandalosa, a erradicar o por lo menos asilar tan anticipadamente como sea posible. Tampoco negaré mi satisfacción al comprobar con alivio notable que las entidades financieras tratan a sus trabajadores de base igual que a sus clientes. O sea, que no era nada personal. Lejos de mí pretender que este artículo derrote hacia el populismo laboral, máxime cuando hay bancos en que los aspirantes a una baja incentivada han superado al número de empleados que se pretendía despedir.

Ni siquiera voy a plantear la queja de que el higiénico destierro de mamíferos humanos de las oficinas conlleve la multiplicación de unas cuotas de mantenimiento que obviamente no existen, dado que esta contradicción solo aparente se solventa desde una pericia económica que los profanos no debemos ni aspirar a desentrañar. No alegaré que en mi afectuoso «muro del cliente» figura anotada mi última intervención que nadie ha respondido en años, porque se debe seguramente a mi deprimente manejo del castellano. Y seguro que mis llamadas de la última década, al teléfono del mismo cliente, no han recibido respuesta ni llamada de vuelta por mi impericia en el tecleado de ocho números. Por no hablar de la entidad con nombre de contrabandista que me acusa de evasor de capitales. Detalles.

En realidad, escribo un manifiesto masoquista. Un espectador de sala de cine paga por película, y todo incluido, hasta veinte veces más de lo que abona por contemplar ese mismo producto en una plataforma. Sí, veinte veces, sobre todo si es aficionado. Pese a esta disfunción, hay supervivientes. Por tanto, cabe diseñar una fórmula en que los pervertidos que todavía desean alternar ocasionalmente con despreciables humanos puedan dar rienda suelta a su aberración, una especie de metadona para los adictos incurables a esa especie que ha arruinado el planeta.

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