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Eduardo Jordà

Quimeras

Esta semana hemos sabido que un equipo de científicos ha conseguido cultivar por primera vez embriones de mono con células humanas. A estas nuevas criaturas, aún en fase celular, los investigadores las llaman «quimeras», y en un futuro, se supone que estas quimeras, o híbridos (así también las llaman), puedan servir para ensayar nuevos fármacos o incluso para crear órganos («organoides», los llaman) que puedan usarse en trasplantes humanos. Al leer estas cosas, la primera reacción es acordarse -con un escalofrío de repulsión- de las quimeras de la mitología griega que tenían el cuerpo mitad de cabra y mitad de león, sobre todo si después imaginamos la clase de nuevos seres «híbridos» que podrían salir de una mezcla de monos y humanos. Suponiendo que esos seres pudieran desarrollarse y alcanzar una vida «adulta» -las comillas son aquí imprescindibles-, ¿a qué cosas podrían dedicarse estas nuevas quimeras? ¿Podrían formar una nueva clase de esclavos sometida a sus nuevos dueños, en teoría nosotros o quienes pudieran comprarlas en un mercado legal o tal vez -cosa mucho más probable- en una oferta clandestina? ¿Servirían también como siervos «sexuales»? ¿Y podrían usarse como guerreros, una especie de orcos que podrían mandarse a cualquier clase de actividad guerrera porque nos daría igual que vivieran o murieran?

Las posibilidades, por supuesto, son aterradoras. Pero al mismo tiempo, uno se pregunta qué pasaría si una nueva pandemia se abatiera sobre nosotros y las nuevas vacunas -o los nuevos remedios- se pudieran obtener muy deprisa gracias a estas quimeras mitad mono y mitad hombres. ¿Nos resultarían en ese caso tan repulsivas como nos resultan ahora? ¿O en cambio correríamos encantados a vacunarnos con ese nuevo remedio «quimérico» conseguido a partir de híbridos de mono y de hombre? ¿Nos parecerían inadmisibles según nuestros criterios morales? ¿O en cambio nos parecerían una solución admirable que nos iba a sacar de una situación muy apurada? Conociendo un poco la naturaleza humana, cualquier puede adivinar cuál sería nuestra reacción. Incluso podemos imaginar a los gobernantes del futuro compitiendo por conseguir cuanto antes la vacuna o el remedio «quimérico» que pudiera evitar millones de muertes como las que ha causado la Covid-19.

Lo curioso del caso es que nos enteramos de estas noticias -que suponen una revolución de consecuencias imprevisibles en las vidas de los seres humanos- mientras nosotros nos dedicamos a cuestiones que parecen absolutamente ridículas y alejadas por completo de la realidad. Una ministra da un mitin hablando muy seria de «las niñas, los niños y les niñes» (esperemos que «les niñes» no se refieran a esas «quimeras» mitad mono y mitad humanas). Y más o menos al mismo tiempo, no sé cuántos intelectuales publican un manifiesto en el que proclaman muy serios que hemos vivido 26 años infernales a causa del fascismo de Madrid (por lo visto, esos 26 años han sido tan infernales que algunos de los firmantes han ganado Premios Nacionales, han dirigido organismos importantísimos y han vendido millones de ejemplares de sus libros). Y por si fuera poco, unos manifestantes se pasearon el otro día por Madrid exhibiendo retratos de Stalin, del mismo modo que otros manifestantes, hace dos o tres meses, organizaron un mitin nazi en el que lanzaron acusaciones terribles contra los judíos y todos acabaron saludando con el brazo en alto. Está claro que se está infiltrando entre nosotros un discurso delirante que se ha propuesto ocultar por completo la realidad y sustituirla por la propaganda más disparatada y más agresiva posible. Y no sólo eso, sino que ese discurso ya no disimula que su objetivo último es la eliminación del adversario político (una eliminación que no excluye, me temo, la eliminación física). Y todo eso ocurre en medio de una pandemia y de una ruina económica generalizada. ¡Fabuloso!

En cierta forma, nuestra clase política y nuestra clase intelectual parecen vivir en una especie de invernadero alejado por completo de los problemas reales que padecen los ciudadanos. Es como si fueran emperadores de la época más decadente del Imperio Bizantino, esos emperadores que discutían sobre la transubstanciación de los cuerpos mientras sus enemigos fabricaban un cañón -como la famosa bombarda de Constantinopla- de una potencia jamás vista hasta entonces. Nadie sabe qué ocurre en China, donde la economía crece a un 18% anual y donde nadie sabe qué cosas se están haciendo con esas «quimeras» que son medio humanas y medio de mono. Pero nosotros preferimos seguir atizando el fuego, porque ya hemos olvidado -ilusos que somos- que el fuego puede destruir todo lo que se le ponga por delante.

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