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Juan José Millas

TIERRA DE NADIE

Juan José Millás

Babel

Paloma Chen, una poeta española nacida de padres chinos, decía el otro día en una entrevista que ella no domina el chino y sus padres no dominan el español, lo que significa que la comunicación entre ellos y ella ha carecido, en principio, de las posibilidades que tendría una familia cuyo primer idioma fuera el mismo. Tal es mi caso. Mis padres y yo hablábamos el mismo idioma, pero nunca llegamos a entendernos. Pienso ahora que si mis padres hubieran dominado apenas el español y yo apenas el chino nos habríamos entendido mejor. ¿Por qué? No sé, por la curiosidad de saber qué pensaban ellos de mí o yo de ellos y los tres de la vida. Me veo en el salón de casa, con mis padres chinos, tratando de explicarles lo que he aprendido ese día en el colegio y estoy convencido de que el abismo lingüístico habría sido un acicate para entablar entre nosotros un intercambio de ideas que no llegó a darse. Digo todo esto sin minusvalorar el drama personal de Paloma Chen, que me ha provocado innumerables reflexiones.

Pongamos que en el Parlamento español el PP no dominara la lengua del PSOE y viceversa. ¿Montarían los espectáculos que montan o harían esfuerzos sobrehumanos para llegar al otro? El idioma que comparten no sirve ahora más que para distanciarlos. Y los distancia tanto que a veces piensa uno que se manejan (o se desmanejan más bien) en jergas diferentes. Las famosas sesiones de los miércoles empiezan a resultar un espectáculo alucinante. Dan ganas de ofrecerse como traductor. Sería más útil que Casado me contara a mí lo que le quiere decir a Sánchez y al revés, de modo que me reuniría alternativamente con cada uno de ellos para trasladarle las palabras del otro. Estoy seguro de que esa dificultad aparente jugaría a favor de una armonía que estos momentos resulta ilusoria.

Lo dicho del PP y del PSOE sirve para el resto de los grupos, pues lo cierto es que, expresándose todos en castellano, el Congreso parece la Torre de Babel. Está uno en casa, frente a la tele, y se desespera observando ese vocerío. Claro, que lo primero que hace falta para entenderse es tener la voluntad de hacerlo. Esa voluntad es lo que escasea.

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