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Un amigo como Évole

El mayor valor de la entrevista con Miguel Bosé es la mirada empática del periodista sobre el que, de acuerdo con la dictadura del tuitariado, solo debe ser tocado con la burla y el desprecio

Sospecho que vi un programa distinto al que vieron otros. Me refiero a lo de Bosé, es decir, a lo de Évole. He dejado pasar unos días para escribir sin pillarme los dedos. He vuelto a la entrevista un par de veces, por confirmar. Según parece, aquello fue un masaje a un negacionista, el comienzo de una peligrosa dispersión de pestilencias contrainformativas, el endiosamiento de un imbécil llevado a cabo por otro, un dechado de todo lo que no debe ser el periodismo y, ¡lo peor!, el anticipo un segundo capítulo que hará descender la confianza ya mermada de la ciudadanía en las vacunas. 

Ya digo, creo que vi otro programa. Tiendo a enfrentarme estos retratos psicológicos que son las entrevistas largas a personajes discutibles con curiosidad, así que mientras Bosé contaba sus penas y sus alegrías, yo recordaba Eso que tú me das, el documental donde Évole visita a Donés, que está a las puertas de la muerte. Hay relación aunque no lo parezca entre los dos trabajos. Son dos encuentros con amigos del periodista que se enfrentan al hecho del fin, cada cual a su manera. Uno lo recibe con los brazos abiertos y pena por irse; otro lo rehuye negándose a creer en su emisario, un virus que nos acribilla. Son dos puntos de equilibrio, el del hombre sano (¿Bosé o Donés?) y el hombre enfermo (¿Donés o Bosé?). Estaremos de acuerdo en que la muerte, esa idea, es difícil para todo el mundo. 

El plato fuerte se emitirá este domingo en un intento de separar al hombre sensible y humano que cuenta su vida (Miguel) del loco negacionista que hace análisis disparatados (Bosé), pero ya en un momento del primer capítulo se da un intercambio como este: «-¿Llevas mascarilla? -No, -¿Abrazas a la gente? -Abrazo a la gente, -¿Te vas a vacunar? -No». Podría parecer que Bosé vive sin protegerse pero pasa, creo, justo lo contrario. Se protege, no del virus, sino de su evidencia. Evita el contacto con la idea del virus con una mascarilla mental, porque la amenaza de la muerte le aterroriza. En otro momento del programa habla de su reacción de horror cuando su padre se lo llevó a una cacería y lo obligó a ver cómo mataban a «un Bambi». En otro, habla de cómo afronta su vejez y la pérdida de su voz. Así que insisto: no es la entrevista a alguien que niega el virus solamente, sino a un negacionista de la muerte. Es este repudio, muy compartido en Occidente, lo ha llevado a Bosé al extremo insensato de negar el virus y ha convertido su reputación en un contaminante letal.

La reputación es otro personaje importante de este reportaje. Todos vivimos en el ojo de huracán de una época que nos resulta amenazadora por la fragilidad volátil de nuestro prestigio. En este ecosistema de visillos digitales y comisarios del pensamiento aficionados, cualquier cosa que digas puede ser usada en tu contra y el ‘qué dirán’ encuentra un aliado poderoso en la tecnología. Hoy sabemos que en la aldea digital, aquella prometedora metáfora, vacía como todas las promesas, nos hemos convertido en aldeanos, víctimas del cotilleo y la mala sangre. En estas circunstancias, Bosé se ha convertido por su obcecación en un personaje radiactivo, con la reputación tan destruida que cualquiera que se le acerque demasiado pagará un precio. Antes de la entrevista, Évole le decía a un taxista mexicano que iba a visitar a un amigo.

Ahí está para mí el mayor valor de este trabajo. Es la mirada empática sobre el que, de acuerdo con la dictadura del tuitariado, solo debe ser tocado con la burla y el desprecio. Es humanizar al monstruo, a riesgo de ser llamado esbirro. Bosé tiene la suerte de tener un amigo como Évole.

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