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Matías Vallés

Al azar | El país de Rociíto y Miguel Bosé

Los ilusos convencidos de que tras la pandemia alborearía un nuevo mundo, hemos de pedir perdón con humildad, aunque nuestra culpa no alcance la dimensión delictiva de los gurús que se han forrado difundiendo la patraña de que el virus ha transformado a la humanidad. En el caso siempre tremendista de España, no ha regresado al día anterior en que el virus se contagiaba en estadios y manifestaciones, sino que ha recuperado el decrépito siglo XX. A través de muñecos de felpa como Rociíto y Miguel Bosé.

En la macroentrevista del gremio de periodismo del corazón al pésimo cantante, se jalea el mito del macho franquista encarnado en Luis Miguel Dominguín, a cargo de quienes después impartirán lecciones de feminismo. La exesposa del guardia civil, hija de tonadillera y boxeador y dotada de ignotos méritos propios, no precisa de mayor descalificación. Lo peor no es la audiencia telemasiva de este parque zoológico, sino que el país se tome en serio a Rociíto y Miguel Bosé. De ahí que se rebata la veracidad tambaleante de estos teleñecos con una pomposa erudición, como si sus despropósitos tuvieran algo que ver con un discurso humano.

Y sí, este artículo casposo forma parte del tinglado montado alrededor de personajes folklóricos datados antes de la última pandemia, la gripe española de 1919. Solo puedo esgrimir el atenuante de haber aguantado cuatro días sin teorizar, hasta comprobar que la actualidad nacional no brinda asuntos de densidad equivalente. Nos hemos proclamado campeones mundiales en el reciclaje de desechos con pedigrí. Afloramos desde la pandemia tal vez declinante a un país simplificado, el único de su rango que no tiene a un solo Premio Nobel enseñando en sus aulas, el único entre los más castigados que no ha desarrollado una vacuna viable. El único sin un solo intelectual entre los cien más destacados del planeta, hasta el punto de que los hispanistas extranjeros viven todavía de recetar las máximas de Ortega y Unamuno, tal vez de Dalí.

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