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Tribuna

Un chinche en la playa

Un chinche en la playa

Aprendí esta ciudad de la mano de mi abuelo. Tras largos paseos, que comprendí muchos años después, me hice con ella. En cada calle un recuerdo, en cada esquina un saludo; discreto, frugal, «tengui». Con el tiempo amplié el radio, la recorrí, incansablemente, en moto. Así cultivé el negativo del excelente libro que le dedicó a Palma José Carlos Llop. En la ciudad sumergida. Él amanecía en el Palacio de la Almudaina. Mis trayectos motorizados daban inicio en la calle de Pere Martell. De ahí el contraste entre la fotografía y su negativo, casi un contrapunto entre aristocracia y extrarradio.

En ocasiones me hacía una señal, un doble y suave apretón en la mano. Sin palabras. Nos acabábamos de cruzar con un participante de los «paseos» en tiempo de guerra y represión. Conocía a algunos. No recuerdo a ninguno. Se trataba de protagonistas de la parte del gatillo, ya ancianos, de aspecto menos gallardo, que nunca pensaron que pudo haber razón para pedir perdón. Ejercieron siempre dos memorias, la suya histórica y la más escondida, disimulada y tapada, ni Zapatero pudo con ella, la memoria del negocio.

Pasaron los años, ahora iba con mi padre. Un golpe de cejas al cruzarnos con un personaje principal de una zona lindísima recién urbanizada, y ya perdida. O ganada si consideramos el proceso del hambre a la riqueza. Sí, recuerdo a alguno de ellos. Salvajadas urbanísticas que los nativos hemos aceptado pacíficamente por falta de cultura burguesa, y por ausencia de discurso colectivo, en el altar del progreso. Sí que conseguimos que las rebanadas arrancadas al paraíso se hayan ralentizado y sean más delgadas. La reflexión en tiempos de covid tiene que referirse a qué vamos a hacer con tantas zonas degradadas que han ido quedando a la espalda de la dinámica de la construcción.

Paseos por una ciudad que impregna vida. «La ciutat, on tu vagis anirà» (Kavafis). O la vida que discurre entre sus calles tricotando recuerdos. Vida y ciudad cercadas, hoy, por la pandemia.

Callejeo junto a mi hijo. Ahora los gestos son míos, dictados de la edad. El mohín es secreto. Nos acabamos de cruzar con uno que nos ve como «chinches y cucarachas», catalanoparlantes «por supuesto».

Uno de estos, elegante y siempre jaleado, tenía que acudir, en representación del partido Vox, al acto organizado hace unos días por la Fundació Família Forteza-Rey. Un esfuerzo entusiasta y muy bien organizado, desde la sociedad civil por Josep Forteza-Rey, activista sincero y hábil en tiempos de turbación y desasosiego. Todos estuvieron a la altura de las circunstancias y del acto. No por sencillo menos significativo. Un empellón de ánimo a la ciudadanía y una llamada de atención a la superestructura, parte de la cual lleva meses escondida tras el burladero de los requerimientos al Gobierno y al Govern.

La ausencia del representante de Vox, D. Jorge Campos, sorprendió al catalizador del evento y así lo manifestó en su intervención. Varias son las tesis que se manejan para explicar el cambio de criterio de Don Jorge. Les expondré la mía. Un ataque de miedo escénico que bien puedo comprender.

Salir al atril para leer un texto en vulgar catalán sintiéndote observado por un nutrido y variado grupo en el que destacan muchos !chinches, garrapatas y cucarachas», pues lo entiendo, tiene que ser muy duro. De uno en uno resultan relaciones próximas más digeribles. Pero todos a la vez requiere un esfuerzo desmedido de valor. Y casi todos hablando en catalán separatista. «Apártese de mí este cáliz», pensó el liberal voxista. Y decidió no ir. Sin otra causa o juicio que se haya argumentado con razón salvo la huida frente a tan enorme malestar.

Representantes de todos los partidos con presencia en el Parlament, autoridades, sindicatos, particulares, sociedad civil en definitiva, reunidos y aunados en un punto de reflexión y compromiso con respeto y profunda preocupación por esta tierra, que es ocupación por sus gentes, y no otra.

Como sea que «chinches y garrapatas» somos muchos, legión que diría el exagerado, y dándome cuenta del peso de la ausencia y la raíz de su motivo, por una extraña asociación de ideas recordé una entrevista del periodista Joaquín Soler Serrano al pintor, y escritor, Salvador Dalí. Estoy seguro de que hay error en el recuerdo, han pasado lustros. Un día en una bellísima cala, agua cristalina, ruido del agua acariciando las rocas, sin más, ¡oh! sorpresa desagradable, aparece un zurullo. Navega cual submarino a media altura, se dirige hacia las rodillas. Inmerso en un paraíso de belleza y aquel detrito viene a aguarnos la fiesta. Me sobrepongo a ese recuerdo que de forma incomprensible aparece en momento tan especial imagino la dicción del Sr. Campos, tan lejana de ese bellísimo idioma el castellano que al escucharlo en catalán sólo alcanzo a concluir su visión. Henchido de orgullo, el pecho, reconquistando las Españas en un mundo al que sólo provoca una sonrisa que no borrarán los votos.

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