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Alex Volney

Empezar por la estética

Josep Pla en casa de Camilo José Cela en Mallorca.

Luego llegará la ficción. Y ficcionar es gratis, pero reescribir la historia no es nada fácil. La habilidad del manipulador debe rayar en la virtud o al menos en el exhaustivo conocimiento de los hechos. Valerie Miles en 1996 entrevistó a Camilo José Cela. Con Aznar en el poder todo se relativizaba, se empezaba paulatinamente a blanquear el franquismo aunque fuese en la intimidad.

Toda una escritora, profesora y editora de las más influyentes del mundo del libro como la Sra. Miles demostraba que algunos norteamericanos no se enteraban, ni se enteran, de qué ha ido la película del siglo veinte en el Estado Español. En esta entrevista que aparece en el segundo tomo de The Paris Review puede servir de ejemplo la línea irregular de esta gran obra o lo heterogénea que es la selección. En la intro de la misma aparece Cela como víctima de la terrible censura fascista que como tal «consideró aconsejable apartarse de la cargada atmósfera de Madrid, tal vez recordando el destino de otros autores españoles indomables, como Federico García Lorca». «Abandonó la península ibérica y, en lugar de optar por el exilio emprendido por muchos otros autores españoles de la época... acabó en la isla de Mallorca».

Muy al margen de la grandeza de este escritor, en lo literario, qué nos está contando y qué es lo que se quiere dejar registrado en la memoria colectiva si no es la vulgar manipulación y la desfachatez de una oferta a precio de saldo por el título de exiliado, costumbre tan arraigada. Viene de atrás, sí, páginas y páginas se han escrito, también, del exilio de Pla, real y forzado en algún momento, pero también maqueado con órdagos de tinta para hacer creer que fue sistemáticamente víctima de la censura al volver, que sí, todo muy glam.

La estética del perdedor vende, sigue vendiendo y el postureo de ser perseguido por los censores aunque sean tus amigos no encuentra espacio al menos para la discreción aconsejable que disimularía un poco lo que es una generalizada cantada que ya viene de viejo. A este paso Celine, otro de los grandes en lo literario, acabará erigiéndose como mártir del holocausto, tiempo al tiempo, por haber atendido algún paciente judío y este no haber entendido su mala leche.

El genial autor de Viaje a la Alcarria fue senador por decisión regia, era el año 1977 y esta ya era la trayectoria más coherente de un autor brillante y a la vez muy controvertido que en la misma entrevista resulta mucho más honesto que su interlocutora. Como ustedes saben debemos siempre separar la literatura de lo que son los hechos históricos. También reconocer que la entrevista suele ser uno de los géneros de ficción con más salida en el mercado. La intensidad y el ritmo de esta ficción suele marcarlo el sujeto entrevistado y pocas veces su interlocutor. En el caso que nos ocupa, prácticamente se reduce tan solo a un instante el cambio de ritmo perpetrado por el autor, cuando la señora Miles recrudece su no-ficción de un volantazo: «Se conserva usted muy bien. ¿Quién tiene más energía, su mujer o usted?». Don Camilo: «Ella. Follamos para que se canse un poco».

Pero no confundamos lo literario, la ficción, con la historia. No confundan el arte con los hechos históricos que en él se representan. Josep Pla o Camilo José Cela son, ambos, dos grandes autores europeos, incuestionable. El premio Nobel se lo llevó el gallego. Ese juego estético con el glamour de las víctimas escuece y mucho por su tradición que en lo intelectual dio comienzo hace bastante aunque sea hoy cuando recoge ya sus frutos en el momento que algunos neofascistas se ponen a cantar el Bella Ciao. Algunos quieren ser la viuda, el hijo, el cura y el muerto, todo en uno y en el mismo sepelio cuando se trata de enterrar toda la verdad histórica.

Por eso mismo y sin ir más lejos, aquí, en nuestra capital de provincia, por muchos errores que se puedan haber cometido, desconozco totalmente los detalles, algunos se rasgan las vestiduras por dos placas mientras en la provincia capital se destrozan o mutilan lápidas de personas violadas, torturadas y asesinadas sin que nadie mueva un dedo. Sin ir más lejos, cuántas veces han rematado a nuestras víctimas y a nadie, en el poder por supuesto, ha escandalizado. El tópico que la historia siempre la escriben los mismos se tambalea y se va agrietando con muy poco acierto, de acuerdo, pero la alternativa para nada es mejor y roza la vergüenza colectiva ante tanta apología del genocidio en un estado que pertenece a la UE. Al ritmo que vamos van a recuperar los nombres de hasta los negreros, que muchos hubo y de tantas fortunas cercanas que vieron nacer fabulosas empresas y eternas dinastías, ¿por qué no? Siempre podrán argumentar que al menos creaban trabajo.

No nos distraigan y dejen de hacer el ridículo que de fondo ya reluce el eterno blanqueo. En este país la gente está ya para muy pocos cuentos, no repartan tantos títulos que sabemos todos de donde venimos. Es conocida la anécdota, el mismo autor de La Colmena en cierta ocasión y ejerciendo de senador un día que la cosa duraba ya ocho horas comenzó a pesar higos y cuando el presidente de la Cámara lo vio le dijo: «Senador Cela, está usted dormido». Medio despertando el premio Nobel de literatura contestó: «No, señor presidente, estaba durmiendo». «¿Y no es lo mismo estar dormido que estar durmiendo?», puntualizó el dirigente, a lo que añadió: «No, señor presidente, como no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo». Y prácticamente no nos hemos movido de donde estábamos y por supuesto que por mucha manipulación estética y luego política quien tenga dos dedos de frente puede ver que sigue sin ser lo mismo estar exiliado que estar exiliando por incapacidad total de ofrecer diálogo político y valga la redundancia. Una ficción casi orgánica y que afecta los sentidos, este último apunte: «La Luna corre y se remonta más cuando los perros ladran», Gómez de la Serna.

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