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Antonio Papell

Después de Pablo Iglesias

La marcha de Pablo Iglesias de un gobierno en el que manifiestamente no se sentía cómodo —porque el temperamento del fundador de Podemos es más de incansable activista que de pacífico ministro— puede detener a corto plazo la sangría que aquejaba a Unidas Podemos si la participación de su líder en la campaña de Madrid consigue resultados apreciables, que inevitablemente apuntarían a la reunificación a posteriori con Más Madrid y en definitiva a una reconstitución de UP, que ha de reconsiderar su futuro a medio y largo plazo.

Sea como sea, la coalición PSOE-UP persiste en el Gobierno y sigue siendo igualmente necesaria por razones evidentes de matemática electoral. Todo indica sin embargo que las negociaciones entre los socios serán ahora más discretas y tranquilas al quedar a cargo de Yolanda Díaz por parte de UP, sin perjuicio de que, al menos por un tiempo, Iglesias mantenga el liderazgo y siga siendo el jefe político de Díaz, quien paradójicamente tiene carné del PCE pero no es militante de UP.

Como se ha repetido, España no tenía tradición de coaliciones, y ha sido difícil la experiencia de la actual, que está resultando, con todos sus problemas, claramente exitosa. El pacto de coalición no resultó difícil de lograr y es patente que se ha conseguido un cierto método eficaz para conciliar las discrepancias. Se ha visto con claridad que el PSOE, socialdemócrata, es más liberal y menos estatalista que Unidas Podemos, que sin embargo ha sido consciente de que la pertenencia a la Unión Europea impone límites que no pueden traspasarse. Iglesias y los suyos saben que tienen por ejemplo margen en la demanda de una sanidad pública más fuerte, de cierta intervención en el precio de los alquileres, de una reforma laboral que deje las cosas como estaban antes de la de 2013… Y son igualmente conscientes de que tienen poco que hacer al solicitar una banca pública, una eléctrica pública de referencia o una política fiscal divergente de que la imponga Bruselas (como se sabe, la Comisión suspendió temporalmente el pacto de estabilidad y crecimiento por la pandemia, pero la filosofía ortodoxa de la UE no ha cambiado: Keynes ya no es un proscrito pero la estabilidad presupuestaria seguirá siendo un valor cuando llegue la ‘nueva normalidad’).

Iglesias, que renunció a una idea transversal del populismo para vincularse a la izquierda tradicional que representaba IU (frente a un Errejón que se mantuvo en su postura originaria), será en cierto modo el protagonista principal de su propia organización, aunque todo indique que está de salida en ella. De cómo le funcione a Iglesias su proyecto personal dependerá en buena medida el futuro de UP, que según todos los indicios va a la baja, en camino de aquellos exiguos 21 escaños que consiguió Anguita en 1996, que fueron el máximo histórico de la organización desde que el PCE se presentó a las elecciones de 1977 y creó después Izquierda Unida.

Parece evidente que el electorado, que vio cómo en las elecciones de 2015 emergían Podemos (69 escaños) y Ciudadanos (40 escaños), entendió que, abierto el paso al pluripartidismo, también cabía a estribor una fuerza radical, en cierto modo simétrica a Podemos, con lo que nació Vox, que en abril de 2019 ya lograba ingresar en el Congreso con 24 escaños, que fueron 52 en noviembre de aquel mismo año.

Es difícil pronosticar qué pasará con el binomio UP-Vox, pero es probable que exista una correlación: si UP sigue decayendo en beneficio del PSOE, que está al alza, sería probable que Vox tendiera también a decrecer, al debilitarse la dialéctica entre ambos extremos. Pero para ello el PP debería potenciarse internamente, lanzando un ideario audaz pero impecablemente democrático, desacreditando las veleidades racistas y machistas que no caben en el centro político de la Unión Europea y que caracterizan a Vox como extrema derecha. Iglesias podrá contribuir a marcar tendencias, pero a fin de cuentas la gran política sigue en manos del PSOE y del PP, y serán sus líderes los responsables principales del futuro. Aunque no hay que desdeñar el papel de quienes gestionan los extremos.

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