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Antonio Tarabini

Entrebancs

Antonio Tarabini

De la incertidumbre al desconcierto

Tal estado de ánimo afecta a nuestros equilibrios personales, a nuestras perspectivas laborales y profesionales; suma y sigue

Gente paseando por las calles de Palma.

El pasado mes de mayo, del cual ha transcurrido casi un año, la Fundació Gadeso inició un amplio sondeo para conocer la opinión y el estado de ánimo de nuestra ciudadanía inmersa en un profundo confinamiento impuesto el 14 de marzo. Interesaba evaluar su posicionamiento referido a los problemas básicos, al nivel de confianza en la superación de las consecuencias de la pandemia, así como su estado de ánimo para hacer frente al virus. Sus resultados están publicados en Quaderns Gadeso (Nº 392-395). La investigación se ha repetido a principios de marzo en plena pandemia, cuyos resultados se publicarán en breve, con el objetivo de precisar y evaluar las similitudes y diferencias entre ambas investigaciones.

Las preocupaciones son similares en agosto y en marzo. Pero cambian la relevancia, la importancia y el nivel de confianza. La relevancia media era un 39% y ha subido hasta un 69%. Ahora la inestabilidad laboral (73%) ocupa y preocupa más que el paro (71%); y a un 69% nos inquieta el acceso a una vivienda (65%) mientras en el pasado mayo era sólo un 32%.

Quizás lo valioso de la investigación ha sido que se han filtrado las respuestas a través de franjas de edades y segmentos de clases sociales. Por edades los más perjudicados son los colectivos entre 18-25 y 25-40 años en su situación sociolaboral (desempleo y precariedad). En los segmentos de clases sociales, nos centramos en las clases medias, las que más han sufrido las consecuencias de las crisis de 2008 y la actual; más concretamente en sus diversas tipologías (Media/Alta, Media/Media, Media/Baja y Media/Baja) cuyas definiciones pueden consultarse en Quaderns Gadeso 393, junio 2020. Del conjunto de factores, las clases baja y media/baja tienen una carga elevada de preocupación por la crisis económica 78%, el paro 70%, inestabilidad laboral, 65%. Su situación es de exclusión real o de riesgo. En el otro extremo, en la media/alta ningún indicador de inquietud supera el 50%.

El nivel de confianza era el mes de mayo a corto plazo un 43%, y a medio plazo un 21%; y ahora a corto plazo un 22% y a medio plazo un 15%. Delante de tal perspectiva el nivel de confianza de corregir o mejorar los entornos socioeconómicos ( trabajo estable, acceso a la vivienda…) . Las clases medias experimentan niveles bajos de confianza, y entre las clases Medio/Bajas sus perspectivas son muy bajas. La Media/Media los niveles de confianza son menos negativos, pero no positivos. El nivel de incerteza especialmente a medio plazo, es muy notable.

¿Dónde nos conduce tal percepción a corto y medio plazo? A un estado de ánimo negativo. Acudamos a los hechos, referidos a dos segmentos de edades y de diversas índoles socioeconómicas. Los jóvenes/Adultos y los denominados millenials. Un factor determinante de la transferencia de la juventud hacia la adultez, que se visualiza en la voluntad y capacidad de emancipación. Léase toma de decisiones que implican no una ruptura con sus raíces familiares, pero si un recorrido hacia una vida propia y de convivencia diferenciada. Entre los 19 y 25 años comienza a vislumbrarse y consolidarse una vida autónoma (personal, profesional, económica, social…) que posibilitaba (con pareja o sin ella, sólo o con amigos/as) formar un hogar propio y diferenciado, aunque inicialmente fuera con apoyo familiar en la hipoteca o el alquiler. Tal modelo se fue al traste cuando el trabajo se convirtió en un bien escaso; y en la actualidad en caso de tenerlo, es de escasa estabilidad, calidad y bajos salarios. Y en consecuencia, No sólo resulta imposible el acceso a una vivienda, sino también es inviable cumplir con los compromisos ya adquiridos a través de una hipoteca o alquiler.

Y ante tal panorama surgen los millenials, la generación del milenio, de 25 a 40 años, que se presupone que serán más del 70% de la fuerza laboral del mundo desarrollado en 2025, y que debieran haber cogido responsabilidades personales, profesionales, cívicas, políticas… Nacieron en la prosperidad, con un entorno político, económico y social infinitamente mejor que el de sus padres, pero que cuando llegaron a la mayoría de edad se dieron de bruces con una durísima crisis que truncó las expectativas de muchos de ellos. Son el colectivo de los sueños rotos. Piensan que la sociedad está en deuda con ellos. Se ven a sí mismos como una generación perdida en el camino entre dos mundos. «Somos una generación de transición. Somos la última en muchas cosas y la primera en otras tantas. Estamos entre lo viejo, que no acaba de morir, como el papel o el bipartidismo, y lo nuevo, que no acaba de nacer».

Nos queda dar una respuesta al título completo de estas líneas: «De la incertidumbre en inicio de la covid-19, al desconcierto en plena pandemia». Acudo al diccionario que define la incertidumbre como un estado de ánimo negativo caracterizado por una «falta de seguridad y confianza sobre algo» (o alguien) que actúa y se mueve, en nuestros entornos. El desconcierto añade a la incertidumbre «confusión, desorientación, indecisión…». En anteriores colaboraciones concreté, con matices, a qué y a quiénes afecta tal estado de ánimo negativo. No sólo en sus consecuencias sanitarias; sino también a corto y medio plazo afecta a nuestros equilibrios personales, a nuestras relaciones interpersonales; a nuestras perspectivas laborales y profesionales; suma y sigue.

Pero tales estados de ánimo no tienen por qué ser inevitablemente negativos. «Sálvese el que pueda», la ley de la selva, son slogans inútiles. En los próximos meses está en juego el «éxito» de la vacuna; la recuperación de las relaciones humanas y sociales; unos entornos socioeconómicos sostenidos y sostenibles; una sociedad cohesionada. Por suerte (¡dícese!) el futuro no está inevitablemente escrito.

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