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Antonio Papell

Iglesias se va del gobierno

Iglesias se va del gobierno. ILUSTRACIÓN: INGIMAGE / RAÚL SANZ

La salida de Iglesias del Gobierno, que hoy acude a su último consejo de ministros y que se producirá antes de que acabe el mes porque así lo requiere la ley electoral madrileña si el líder de UP quiere presentarse a las elecciones madrileñas del 4 de mayo —elecciones queridas por Ayuso, quien, curiosamente, ha alterado el destino de la coalición de gobierno— no tiene por qué suponer cambios radicales en el Ejecutivo, que mantiene la representación de Unidas Podemos, incluida una vicepresidencia que será ostentada por la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz (es conocido que será la tercera vicepresidenta para que Nadia Calviño, que preside la Comisión Delegada de Asuntos Económicos, mantenga su jerarquía). Ione Belarra, secretaria de Estado de Agenda 2030, ocupará la cartera de Derechos Sociales, y aunque ha criticado con dureza las políticas de algunos ministros del PSOE —Ábalos y Robles—, todo indica que una vez dentro del gabinete se acomodará a las pautas lógicas de la tarea en común que llevan a cabo ambos partidos. Al parecer, Belarra ha sido aleccionada por Iván Redondo y por Juanma del Olmo, este director de estrategia y comunicación de Iglesias en su finiquitada vicepresidencia, que son los dos personajes que mantienen la coordinación del pacto con buena sintonía entre sí. También ha estado presente en estos prolegómenos Félix Bolaños, secretario general de la presidencia, quien habría aportado el catálogo de retos inminentes que debe afrontar el gobierno, en este trance delicado del fin de la pandemia y el comienzo de la reconstrucción.

En teoría, Pablo Iglesias, por ahora líder del partido socio del PSOE, mantendrá íntegramente la interlocución con Pedro Sánchez, pero es evidente que al no ostentar el potente cargo institucional que ha lucido durante año y medio, su fuerza no será la misma. Por mucho que el funcionamiento del gobierno mixto haya sido positivo gracias al empeño personal de los dos líderes, es claro que la marginalidad del peso pesado que es Iglesias alterará la relación y pondrá a prueba a Yolanda Díaz, a quien corresponderá representar a UP de puertas adentro del gobierno. Díaz, con carné del PCE, es buena negociadora —ha quedado clara su capacidad de entenderse con patronal y sindicatos— pero está prácticamente al comienzo de una carrera política que, si nada se tuerce, podría llevarla al liderazgo de UP cuando Iglesias decida dar, si lo decide, un paso al lado.

Iglesias se va cuando permanecen abiertos varios diferendos entre PSOE y UP, en concreto la reforma de los alquileres, la reforma de la legislación laboral —el pacto de coalición habla de derogación de la ley del PP—, la ley trans —en que Calvo está lejos de Irene Montero— y la reforma de las pensiones. Sin duda, habrá debate pero el eclipse del hiperliderazgo de Iglesias, quien quería además hacerse notar para que no periclitase el protagonismo de su partido, hará que probablemente se consigan los acuerdos precisos sin demasiado ruido. Nadia Calviño y Yolanda Díaz se entenderán mejor que Calviño e Iglesias.

El futuro de Iglesias está confuso porque dependerá de lo que suceda en Madrid, donde, aunque consiga sobrepasar el 5% de los sufragios, podría quedar por detrás de Errejón, en una posición para él humillante. En cualquier caso, lo probable es que la formación aún encabezada por él se vaya pareciendo cada vez más a la clásica Izquierda Unida, que quedaría en manos de su coordinador, Alberto Garzón, y de la propia Yolanda Díaz. Si no hay más interferencias, lo lógico será que la coalición se mantenga más o menos pacíficamente hasta las próximas elecciones, ya que el camino de la reconstrucción, una vez controlada la pandemia, será mucho más fácil de recorrer que este adusto comienzo de legislatura en que nos hemos encontrado con el drama inimaginable de la gran pandemia. Así las cosas, y contando con la previsible incertidumbre del problema catalán, todo indica que la legislatura podría llegar a su término natural. Lo que no le vendrá mal a Casado para dedicar el tiempo que queda del cuatrienio para la reconstrucción de su deteriorado partido.

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