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Joaquín Rábago

Un desastre tras otro

Un desastre tras otro

Primero fue la falta de mascarillas y demás material protector, es decir, la inexistente preparación de los gobiernos. Ahora, el goteo de las vacunas, que se achaca a problemas de suministro de los laboratorios.

La lucha de los veinte siete países de la Unión Europea contra la pandemia del covid-19 ha sido en cualquier caso un desastre organizativo tras otro, comenzando por las negociaciones de la Comisión con la industria farmacéutica.

Hemos visto así las dificultades de poner de acuerdo a los países miembros: se ha echado en falta una mayor coordinación desde el primer momento no sólo entre todos ellos, sino también en el interior de cada uno, sobre todo los autonómicos o federales.

En el país que mejor superó la primera ola, la Alemania de Angela Merkel, hay quienes desde los medios ponen en tela de juicio la adecuación de la estructura federal del Estado a la hora de hacer frente a una crisis sanitaria de tal gravedad. .

Cada «land» alemán (Estado federado) ha dado la impresión de actuar por su cuenta, sin preocuparse por los demás, y se echa en falta más que nunca el liderazgo de la veterana canciller, próxima ya a su abandono definitivo de la política.

El desconcierto allí es absoluto. Las medidas muchas veces, incoherentes e irracionales. Así, por ejemplo, en Sajonia llegó a prohibirse en un determinado momento cantar en un coro mientras que en Hamburgo era posible ensayar siempre que no se superasen las quince personas.

Desde hace meses, los expertos sanitarios alemanes vienen hablando de la necesidad de hacer tests rápidos de antígenos para, por un lado, controlar mejor la pandemia y permitir en determinados casos relajar los cierres de escuelas o comercios.

Pero, como ocurrió con las mascarillas, también se fue dando largas a una estrategia que parecía la más adecuada y urgente mientras el grueso de la población no estuviese vacunada.

El ministro de Sanidad, el cristianodemócrata Jens Spahn, un político cada vez más desprestigiado por su mala gestión, anunció que a partir del 1 de marzo estarían disponibles esos tests gratuitos para todos los ciudadanos, pero tuvo luego que desdecirse por las dificultades de implementación.

En la Unión Europea se mira con envidia la velocidad a la que se está vacunando en los países anglosajones como Gran Bretaña y Estados Unidos o en el políticamente caótico Israel.

En España, la inmensa mayoría de los ciudadanos no sabemos cuándo nos tocará el turno por culpa de la lentitud de la vacunación, que las autoridades achacan sólo a que no llegan las dosis.

Y si bien virólogos y epidemiólogos insisten en que hay que vacunar sin descanso a todos los ciudadanos para no dar tregua al virus e impedir nuevas mutaciones, uno se pregunta qué pasa con otras vacunas que han demostrado ya su eficacia como la rusa Sputnik V o las chinas. ¿Es que la nueva Guerra Fría afecta también a la sanidad?

Mientras tanto, vemos con preocupación cómo vienen a nuestras ciudades numerosos turistas procedentes de otros países mientras a los españoles no se nos permite, aun cumpliendo todas las reglas sanitarias, viajar a la provincia más próxima.

En Madrid, con una incidencia del Covid que en otros lugares haría saltar las alarmas, siguen celebrándose fiestas ilegales con presencia de jóvenes nacionales y extranjeros con ganas de juerga y mínimo sentido de la solidaridad. ¿Se pagarán acaso las multas que dicen que pone la policía?

Finalmente, sin que pueda servirnos de consuelo, ocurre que los alemanes, que pueden viajar libremente a Mallorca, aunque oficialmente se les desaconseje, no pueden ir de vacaciones en su propio país porque les está prohibido alojarse allí en hoteles si no es por motivo de trabajo. ¿Es posible mayor incoherencia?

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