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Norberto Alcover

En aquel tiempo | Respetar no es asumir

El pasado 18 del presente marzo, el Congreso de los Diputados votaba la Ley Orgánica por la que se regula la eutanasia en España. Dentro de tres meses comenzará a entrar en vigor tal ley, que permite, pero no obliga a practicar el llamado derecho a morir de las personas. Desde aquí y para comenzar estas líneas de disenso, dejamos del todo claro nuestro respeto a tal legislación, pero también hacemos patente que respetar en absoluto significa asumir el contenido de tal Ley Orgánica. La coincidencia del proceso parlamentario de la ley en cuestión, se ha producido en plena pandemia del covid-19, de tal manera que no ha contado con la discusión social que muchos hubiéramos deseado, dada la trascendencia de su contenido.

Y es que, de esta manera, España se suma a Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Colombia y Canadá, los únicos países que contemplan una legislación permisiva con la eutanasia, es decir, con la posibilidad de eliminar una vida mediante la capacidad de los individuos para solicitar su propia muerte. Personalmente, me asombra el poquísimo ruido que una noticia del tal calado ha producido entre nosotros, circunscribiendo lo que estaba en juego a una confrontación más entre la izquierda y la derecha políticas en España. Grave error de percepción porque lo que estaba en juego era mucho más: nada menos, como ya he escrito antes, que el derecho individual y social a decidir sobre la propia muerte, solamente contando con una serie de condiciones a todas luces susceptibles de una interpretación laxa en la práctica.

Precisamente lo que está en juego es lo que ha llevado a los representantes de los Gabinetes de Bioética de las universidades españolas gobernadas por la Compañía de Jesús, en Barcelona, Sevilla, Madrid, Granada y Bilbao, a editar una toma de posición al respecto, en un documento que lleva por título Sí a morir con dignidad, con los mejores cuidados y sin dolor: Aproximaciones en torno a la proposición de ley sobre eutanasia en España, un documento de una serenidad expresiva admirable y de una hondura profesional sin peros posibles. Una muestra de capacidad dialogal sin dejar de lado las propias convicciones, y que recomiendo vivamente a los lectores/as para hacerse cargo de cómo proponer un disenso, pero con un sentido de la medida intelectual necesaria. Sin entrar en Internet, lo encontrarán. El documento vio la luz antes de la votación parlamentaria el 11 de febrero del presente 2021. Ahora se ha vulgarizado su conocimiento.

Y es que el problema que estamos dirimiendo y que nuestros parlamentarios ya han decidido legislativamente es muy sencillo: una vez más, están en juego dos formas de entender la vida individual y colectiva, dos estilos de vida y de muerte que obedecen a dos maneras sustanciales de vivir y de morir. Es evidente, y no es de recibo jugar con este dato, que todos deseamos que las personas mueran con la dignidad que merecen como ciudadanos y, detalle relevante, como personas con derechos inalienables a mantenerse en vida, el don más relevante recibido al nacer. Claro que estamos de acuerdo. Pero resulta que el factor «trascendencia» juega un rol de radical importancia a la hora de afrontar la comprensión y la praxis de tal derecho.

Es un error esconder esa diferencia de «enfoques axiológicos» llegada la hora de posicionarse ante la realidad de la eutanasia que, en definitiva, no es más que una aplicación concreta de una compresión determinada de la inmanencia humana y de su posible trascendencia. No dudo en absoluto sobre el respeto que nosotros, creyentes cristianos, debemos a los que apoyan la eutanasia, pero también vale recíprocamente, un detalle que suele olvidarse. Una cosa es que la votación parlamentaria haya sido la conocida, pero determinados problemas de conciencia van más allá de una votación y se inscriben en la cosmovisión de cada quien. Se ha votado, por supuesto, pero repito que una cosa es respetar y otra muy diversa asumir en conciencia lo votado.

Concluyo con una reflexión que sigue en pie: ¿por qué razón el Estado, mediante su Gobierno y complementarios pactos, no ha querido insistir en la multiplicación de paliativos para entregarse en manos de la muerte consentida, llevándose por delante «el derecho a vivir», de mucha mayor relevancia que «el derecho a morir»? Hay respuestas evidentes, pero preferimos evitarlas para poder obrar con una libertad pasmosa llegada la hora de decidir algo que atañe nada menos que a la mismísima vida de la ciudadanía. Mis amigos y amigas de las Universidades citadas, me han ayudado a reflexionar sobre la materia en cuestión más allá de radicalismos y desde un humanismo cristiano tan respetable como cualquier otra actitud dominante.

Una vez más, respeto sí, asunción en conciencia, no.

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