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Matías Vallés

La justicia enmascarada

Los líderes del PP embozados y emboscados reducen el proceso de la caja B a una pachanga irrelevante

Aznar declara en Bárcenas a distancia y desdibujando su identidad.

Rajoy y Aznar tienen derecho a declarar embozados en sus mascarillas y emboscados en sus plasmas, como figurantes de un capítulo de Curro Jiménez. La también gobernante María Dolores de Cospedal comparece borrosa, con el completo de gafas para anular su identidad. Se ha disfrazado de estrella de Hollywood camuflada tras una operación de cirugía estética.

Ninguno de los testigos rimbombantes puede refugiarse en la necesidad de anonimato de las víctimas. Al contrario han explotado su imagen con alegría. Aznar apareció sin mascarilla y sin pantalla interpuesta junto a Évole, guardada apenas la distancia de seguridad. A la siguiente, se presenta más protegido que un quarterback. Esta burla consentida pero sin sentido a la justicia penal, donde el ceremonial es el mensaje, reduce el proceso de la caja B del PP a una pachanga irrelevante entre casados y solteros. Como se quería demostrar.

La negación de la identidad de los jerarcas del PP contribuye a disimular que todos ellos merecerían un papel más acentuado que el de meros testigos, cuesta entender el protagonismo de los gerentes y la relegación a meros paseantes de los dirigentes. En palabras de la sobreprotegida Cospedal, su odiado Bárcenas manejaba una contabilidad propia y no del partido. En tal caso, sorprende que los tres secretarios generales interrogados el martes no se maravillaran nunca, ante el caos de su organización en lo tocante a la llevanza de unos libros en condiciones.

A distancia y enmascarados, qué pulso puede tomarse de quienes gobernaron España durante década y media, qué sentido tiene interrogarlos en esta condición de VIPs desganados. La burla sería comprensible en Birmania, pero por fuerza debe sorprender en un país que se jacta de una «democracia plena».

La caja B del PP ha aflorado la cara B de la justicia. Con la boca tapada, el discurso queda relegado a un papel circunstancial, su origen no consta. En estas condiciones, el Javier Arenas amante de los relojes de lujo puede permitirse el ídem de declarar que «no soy el único Javier Arenas dentro del PP», sin que se advierta el temblor de sus labios o si se está carcajeando del tribunal. Muy en la línea de los cobros anotados a beneficio de «M. Rajoy», que puede ser Manolo o Melquiades pero nunca Mariano.

En efecto, con la mascarilla se ignora si se trata de Javier Arenas o de algún primo reclutado para la ocasión. Eso sí, se corona el objetivo deseado de anular el proceso. De ahí que las declaraciones embozadas y emboscadas constituyan una repetición de la destrucción de los ordenadores de Bárcenas. No se trataba de cancelar su contenido a martillazos, sino de presentar los artefactos destruidos al instructor para que se enterara de quién manda aquí. Y nadie negará que la llamada justicia aprendió la lección sobre la prelación en el escalafón, según demuestra la absolución del PP en el proceso pertinente.

Se comprobará que ha sido posible anudar el razonamiento hasta aquí sin necesidad de mencionar el coronavirus, la coartada infalible para la extinción de las libertades. Es cierto que la mayoría de los testigos privilegiados que han distorsionado el proceso son contaminantes, y no precisamente de la covid. Ahora bien, para contrarrestar su influjo nocivo bastaba con no programar imágenes de la vista en horario infantil.

Todas las personas que han tenido que desplazarse para declarar en un juicio han sido burladas por los presidentes del Gobierno, a quienes precisamente se pretende sacar los colores con la caja B. Antes que proveer esta engañifa, y si ha sido posible cancelar el turismo que alimenta con sus impuestos a todos los funcionarios involucrados, también podría haberse aplazado el proceso hasta garantizar un desarrollo en condiciones.

Y en fin, está claro que la salud de los operadores judiciales es primordial, por lo que cabe limitar su contacto con personajes tóxicos. Aun así, costará argumentar por qué un médico o una cajera de supermercado han de correr riesgos superiores a otras profesiones de salón. Por definición, una persona con máscara miente, y al testificar en esas condiciones amplifica su mendacidad al ritual en que participa.

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