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Juan Rigo

DESDE PARÍS

Juan Rigo

Laberinto

Y no precisamente de pasiones, sino de variantes. Esas inquietantes mutaciones de la Covid original, bautizadas según el lugar de aparición - pronto tendremos un Atlas del coronavirus, o un Coronamundi - y que crecen como las setas tras la lluvia, a cual más virulenta, contagiosa, temible, sembrando la incertidumbre en cuanto a la fiabilidad, valor, de las vacunas.

Personalmente cuando el horizonte se difumina en la bruma, acudo directo al diccionario para despejar dudas. Así compruebo que un laberinto -cosa confusa y enredada, en una de las acepciones de la RAE – encaja como definición del momento/situación en la que estamos inmersos y en el que se me antoja andamos muy perdidos. Un dédalo indescifrable donde la incertidumbre, cual moderno Minotauro, reina sin que ninguna Ariadna nos brinde el hilo salvador. Tremenda “incerteza” que nos impide toda proyección de futuro. La “incertitude” francesa - todos los inciertos provienen de la misma raíz etimológica latina - la opuesta a la certeza del latín “certus”: conocido como verdadero, seguro, indubitable, de nuevo la RAE.

Vuelvo a la incertidumbre que me invade: falta de certidumbre, duda, perplejidad. Más de lo mismo, y la lista de sinónimos es tan larga como la de las variantes, tremendamente desmoralizante. Antes - y parece que me estoy remitiendo al siglo pasado o a la prehistoria, que para el caso es lo mismo – hasta hace poco más de un año, cuando perdía el rumbo de mis escritos siempre tenía a mano la escena cultural, pero, por desgracia desde hace ya más de un trimestre, aquí en Francia no me queda ese consuelo. El panorama con museos, teatros, cines, salas de espectáculo, cerrados “sine die” es desolador, y (libros/lectura aparte) la tristeza se acentúa cuando uno se pasea por las calles desangeladas ante los afiches caducos de los espacios publicitarios. Posters anunciando estrenos previstos para fechas que no son de la agenda en curso, como un en guiño sin gracia del calendario.

Laberinto, si, en el que están perdidos también los científicos, especialistas, epidemiólogos, médicos de cabecera y hasta los políticos (aunque eso no es una novedad) y como ejemplo el caso del AstraZeneCaos – del Caos griego - y atención de nuevo al diccionario: “estado amorfo o indefinido que se supone anterior a la constitución del cosmos”. O sea, lo que no entiendo es que después de la aprobación de la vacuna de Oxford por el organismo europeo competente y tras no sé cuantos millones de vacunas administradas, ahora demos vuelta atrás para estudiar los posibles efectos secundarios. Daños colaterales, por ceñirme a un termino de moda, o graves, si lo prefieren, pero que en un reporte beneficio/riesgos, estadísticamente hablando, resultan insignificantes ante la necesidad de vacunarnos todos ya para salir, temporalmente, de esta, al menos, hasta el año que viene.

En lo que me atañe, estoy en lista de espera para vacunarme y sé que según el calendario previsto, si la comisión europea no decide lo contrario, me va a tocar lidiar con el fármaco británico-sueco (según una encuesta reciente solo uno de cada cinco franceses son proclives a tentar la experiencia), y sin tratar de dar ejemplo (lo haré por interés personal, no por amor al prójimo) les aseguro que a pesar de mi alergia a las agujas no dejaré pasar mi turno, iré a la farmacia, cruzando los dedos pero encantado ante la posibilidad de recobrar una cierta libertad (o al menos para poder viajar sin que tengan que hurgarme continuamente la nariz).

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