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Pilar Galan

Dudas y certezas

Desde pequeña elegí vivir en las dudas antes que en las certezas. Recuerdo aún el desasosiego que invadió a mis padres ante los resultados de un test de personalidad que nos hicieron en el colegio. Se podía contestar sí, no o interrogación, si no tenías clara la respuesta. Ante el asombro del psicólogo, mi test estaba lleno de esos signos. Por ejemplo, si me preguntaban si mis padres me querían, yo pensaba que era algo que tenían que contestar ellos, por eso rodeaba la interrogación y me quedaba tan tranquila. No dudaba de que me quisieran sino que me parecía que la cuestión estaba mal formulada. O cuando me preguntaron si iba a acabar los estudios, rodeé otra interrogación, porque me pareció que afirmarlo suponía un exceso de confianza en el futuro. Claro que pensaba acabarlos, pero la seguridad absoluta me parecía fuera del alcance de los simples mortales. El resultado me condujo a unas sesiones colectivas para aquellos niños que se habían salido del guión, en las que nos hacían gritar yo soy yo, mientras dábamos vueltas a un círculo pintado en el suelo. No creo que sirviera de mucho, salvo de material narrativo, pero ahí anda ese recuerdo, enredado en la memoria, justo cuando el mundo está invadido de certezas y yo continúo con mis dudas. Ahí están los negacionistas, cargados de argumentos, Miguel Bosé, Victoria Abril, los epidemiólogos de barra de bar que saben lo que hay que saber de las vacunas. No como yo, que iba a vacunarme este pasado miércoles, convencida de que en estos días inciertos, la vacuna es lo más parecido a una tabla de salvación, a pesar de las noticias siniestras que lanzan a diario los informativos. O de las tonterías de los que afirman que las vacunas vienen con un chip de control para entrar en nuestro cerebro y dominar el mundo. Poco encontrarán en el mío: algo de latín, griego, inglés y francés, mucho de libros, de imágenes de los que no están o de los que han crecido, risas, alguna línea de la que estoy orgullosa, el olor de la colonia de mi madre y el tabaco negro de mi padre, las cosquillas a mis hijos, el amor, los hermanos, los amigos, mi trabajo, alguna desdicha... Recuerdos como el de aquella tarde en que me dio por sembrar de interrogaciones el test de personalidad sin saber que lo estaba convirtiendo en metáfora de mi vida. Nada útil, ya digo. Sea como sea, prefiero seguir confiando en la ciencia antes que en las naves de Raticulín o en las profecías de tanto español metido a Nostradamus. Y dar por válido el refrán de a Dios rogando y con el mazo dando, como debieron de pensar el obispo y los políticos que se saltaron la cola. Por lo pronto, yo voy a vacunarme cuando me dejen y sin pisar el turno a nadie. Entre tanto listo y entre tanto tonto, prefiero mis dudas a todas sus certezas.

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