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Bernat Jofre

¿Tiene España un Draghi?

Mario Draghi. | EFE

«La defensa es para tiempos de escasez, el ataque para tiempos de abundancia», Sun Tzu. General y filósofo de la antigua China, del cual se desconoce si fue un personaje real o no.

El pasado trece de febrero el economista italiano Mario Draghi juraba su cargo como Presidente del Consejo de Ministros de la República Italiana. Lo hizo casi por aclamación: los políticos italianos prefirieron inmolarse ante la evidente situación de parálisis sistémica que aún vive el país. Tan sólo los ultraderechistas ‘Hermanos de Italia’ rechazaron su nombramiento. Los otros 535 diputados aceptaron que el perfil del romano es el más adecuado para la consecución de los anhelados proyectos Next-Gen europeos.

Pero así como la clase política transalpina se ha ido consumiendo cíclicamente y ha ido encontrando diversas soluciones fuera de las urnas - en el año 2011, Mario Monti ocupó el ‘Palazzo del Quirinale’ en similares circunstancias - , a la española no se le pasa por la cabeza tal acto de generosidad para con el Estado. Atrapada como está en una agenda marcada por el virus Sars-Cov-2 y su lenta campaña de vacunación, el inacabado proceso de desactivación catalán, la judicialización de la cosa pública - que ya incluye a la Corona - y en definitiva el advenimiento de la corrupción a niveles que muy pocos se hubieran podido imaginar hace tan sólo un lustro. Además del hecho empíricamente constatable de que la partición de la derecha española en tres partidos no ha ayudado en absoluto al sosiego, sino al contrario: ha removido ciertas ciénagas mentales que se creían superadas. Con el riesgo de que a falta de liderazgos fuertes, sean los extremos los que acaben tomando el poder en los hijos políticos de Cánovas del Castillo. Europa mira la situación con preocupación, y no es para menos: no es momento para elecciones, ni mociones de censura. Sino de trabajo.

Sin querer polemizar ni ser catastrofistas, la conclusión a la que llegaron The Economist o el nada sensacionalista Frankfurter Allemeigne desde hace meses: España va hacia una quiebra técnica. Pese a ser moderadamente optimista, el último informe sobre recuperación económica del Fondo Monetario Internacional, nos adjudica una caída del PIB del 11,1% durante el 2020. Pero - y ahí está el detalle - el FMI supedita un posible mayor crecimiento en el próximo año a un claro impulso político. Y así como los dirigentes europeos saben dar un paso atrás cuando notan cierta falta de impulso institucional, en España la predilección por el cargo público es patente. No se atisban dimisionarios por el bien común. Al contrario: en plena crisis económica lo que el ciudadano de a pie ve es que sus gobernantes están dispuestos a iniciar una durísima guerra de guerrillas con un único objetivo: perpetuarse en el poder. El coste que pueda tener ello en cuanto a falta de gestión es, por lo que se ve, un tema menor. La cuestión es resistir. No obstante, la situación no tan sólo es dramática por lo anteriormente mencionado, sino por las dudas razonables sobre la existencia de una figura carismática que pudiera capitalizar un Gobierno de unión nacional ante los durísimos momentos que aún nos quedan por pasar. Porque es muy posible que España no tenga su Draghi. Ni tampoco - por cierto - generosa clase política capaz de ponerse de perfil, entendiendo el grave momento que vivimos.

Y es que, desgraciadamente, nadie se ha planteado honradamente si su aptitud es la adecuada para la actual zozobra. Desde La Moncloa hasta las diferentes presidencias autonómicas. Mucho menos han salido voces planteando un hipotético Gobierno técnico o de Sabios. Asaz elocuente es el silencio cuando alguien plantea el porqué los grandes profesionales o en definitiva aquellos que podrían aportar algo de su vasto conocimiento y experiencia huyen de la política. Un territorio donde últimamente medran más mediocres y aduladores que líderes con potencial. Lejos quedan los tiempos donde en una misma cámara se sentaban Miguel Herrero de Miñón, Manuel Fraga Iribarne, Miquel Roca i Junyent, Felipe González Márquez, Joaquín Garrigues Walker o Nicolás Sartorius Álvarez de las Asturias Bohorques.

La sensación de improvisación y partidismo es preocupante. Que a nivel estatal una misma formación tumbe leyes autonómicas aprobadas por compañeros de partido podría ser tomado como un insulto al ciudadano: en buena medida, esa agrupación política debería dar cuenta del por qué se ha malgastado tanto dinero del contribuyente en fuegos de artificio. Pero obviamente no lo hace: la sensación de impunidad es manifiesta. Transición energética aparte - forzada por Bruselas, por otro lado - no se atisban políticas largoplacistas. Tampoco hay visiones sociales que justifiquen la coletilla de ‘progresista’ del actual Consejo de Ministros. Que la Ley Mordaza siga vigente en España es símbolo de ello. No obstante, ya no es una cuestión política, sino de eficiencia, de gestión: no se trata de que la campaña turística nacional esté en un tris por una vacunación lenta, sino que con tan pocas ideas tampoco crearemos estímulos suficientes para equilibrar la cada vez más preocupante Balanza de Pagos. Pero por lo visto estos días, todo ello no importa demasiado. El empeño es continuar firmando en el BOE. La pregunta que pende es si los actores son realmente conscientes del daño que pueden estar haciendo al país y a la sociedad en su conjunto. Habrá de todo, supongo. Pero en caso de haber cráneos privilegiados - Valle-Inclán dixit, quizás el genial gallego podría escribir otra Luces de Bohemia si viviera hoy - disimulan muy bien.

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