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Jorge Fauró

El espíritu de Jon Manteca

De aquellas protestas callejeras de hace 35 años sólo queda el espíritu del Cojo Manteca. El tipo de reivindicaciones que amparaba las acciones de aquel personaje han desaparecido. Hoy son todos Jon Manteca

Se llamaba Jon Manteca. Durante las protestas estudiantiles de enero de 1987 que tomaron las calles del centro de Madrid, primero, y de algunas capitales del resto del país, el personaje se hizo enormemente popular. Vagabundo punk, mendigo, falto de una pierna y víctima de las secuelas cerebrales que se produjo a los 16 años al caer desde una torre de alta tensión tras sufrir una descarga que le provocó la amputación de la extremidad, Manteca saltó a las primeras páginas por encaramarse a las farolas y a los luminosos del metro de Banco de España, que destrozaba a muletazos. Aquello era digno de ver por la insólita facilidad del tipo para auparse a cualquier sitio. Cien mil manifestantes a los pies de la Cibeles, la policía repartiendo calor negro y el hombre aquel haciendo añicos el cartel del banco central español, símbolo de la ostentación del poder financiero y del corazón económico del Estado.

Desde entonces, ni una revuelta sin su Jon Manteca. Protestas de todo cariz se han caracterizado por incluir tras las barricadas a elementos ajenos al hecho reivindicado. Ninguna novedad hasta aquí, aunque hemos de reconocer que Manteca tenía el encanto de lo sorprendente y conserva todavía la evocación romántica de la nostalgia. Pese a sus limitaciones físicas, corría como un diablo delante de la policía. Cuatro apariciones en el telediario de las tres de la tarde le dieron la gloria durante aquel invierno del 87 y una entrada en la Wikipedia tres décadas después.

Ni siquiera era estudiante, pero el Cojo Manteca (así le bautizaron los medios de la época sin miramiento alguno por el lenguaje inclusivo) logró una portada del Herald Tribune, una aparición en el New York Times y la fama efímera que hoy le habría abierto de par en par los platós de televisión. Nueve años después de aquello, en 1996, olvidado por todos, el Cojo Manteca murió de sida en un hospital de la Vega Baja de Alicante. No obstante su triste final, y convertido en falsa leyenda de héroe callejero que empleaba sus muletas como arma de choque, la turba que hoy trata de quemar una furgona con un guardia urbano dentro invoca a el espíritu del Cojo Manteca y actúa en nombre de su recuerdo a falta de otro héroe sin capa en que mirarse. Pero lo cierto es que Manteca se dedicó a reventar manifestaciones cuya razón de ser corrió el riesgo de perder el sentido.

Las que se han producido en las últimas semanas en Cataluña lo han perdido del todo. Lo mismo ha ocurrido en el resto de España. Resulta sorprendente que con los dramáticos efectos que la pandemia está causando entre la gente joven, las escandalosas cifras de paro juvenil, los efectos psicológicos del confinamiento entre los adolescentes, la pérdida de calidad en la enseñanza secundaria y universitaria y la ausencia de perspectivas de esta suerte de «no future» de la educación pandémica, se continúe invocando exclusivamente la figura de Pablo Hasél para justificar las protestas. Como si no hubiera otras razones más poderosas.

Poco se obtuvo de la huelga de estudiantes de 1987, en la que se exigía la eliminación de la Selectividad y la rebaja de las cargas universitarias, pero aquellas revueltas obligaron al Gobierno a negociar, frenaron el Estatuto del Profesorado, eliminaron algunas tasas de los antiguos BUP y COU y se aumentaron las becas. El Ministro de Educación dimitió al año siguiente.

Frente a aquello, no es que las algaradas de 2021 carezcan de un referente peculiar que ponga el foco en el mensaje de quienes toman las calles. Muy al contrario, la supuesta defensa de la libertad de expresión ha desaparecido de la tabla reivindicativa conforme ha ido aumentando la rapiña sobre las tiendas de lujo de Barcelona y se atacaba a los medios de comunicación, notarios y albaceas de esa misma libertad de expresión que la muchachada violenta dice defender. Jon Manteca habría sido incapaz de conseguir por sí mismo los escasos logros que aquellos estudiantes del 87 obtuvieron del Gobierno sin unas ideas que los sustentaran y sin unas reivindicaciones planteadas de más a menos para alcanzar unos términos medios de acuerdo.

De aquellas algaradas callejeras de hace 35 años sólo queda el espíritu del Cojo Manteca. El tipo de reivindicaciones que amparaba las acciones de aquel personaje corren el riesgo de desaparecer. La cuestión es que todos los vándalos que hoy se afanan en prender fuego a los contenedores son individuos con muletas que ya no recuerdan en qué tienda de Hugo Boss olvidaron las pancartas. Ya hay más Juanes Manteca que manifestantes. Hoy son todos Jon Manteca.

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