Para saber que Sánchez está mejor valorado que Casado no se necesita al CIS, donde el socialista se antepondrá o superpondrá al popular por definición. En cambio, las encuestas del Centro pueden ser útiles para certificar que se esfuma la reticencia ante las vacunas. Siempre que no sean de AstraZeneca, más sospechosa que una marca blanca. La hostilidad se había propagado en anteriores entregas de los barómetros a más de la mitad de la población, ahora se ha reducido a porcentajes respetables pero residuales.
La lección a extraer del cambio de actitud colectiva es que la vacuna sin sangre entra. La persuasión funciona mejor que la coacción, en contra de las tácticas de campo de concentración aplicadas desde hace un año contra la pandemia. De ahí el peligro de la decisión de Galicia de legislar una vacunación obligatoria, aparte de ser inconstitucional e inhumana. La resistencia a la inmunización ha cedido porque no es lo mismo oponerse a la inyección en abstracto que rechazar un fármaco entregado a domicilio, que sería la fórmula idónea de administración. Se maravillan ante Amazon, pero no aprenden nada de su éxito.
La escasez ha contribuido asimismo a intensificar el atractivo de las Pfizer, porque ha disparado su cotización como perseguidos artículos de lujo. Hermès cuida con esmero su lista de espera, mucho más pacífica entre la ciudadanía que en la tribu de los políticos y su ejemplar vacúnese quien pueda. Las vacunas no han pinchado, hasta el extremo de que los antivacunas se someterán al ritual a regañadientes con un precavido «por si acaso». Emplean el razonamiento inversor de Pascal para abrazar la idea de Dios, porque no tienen nada que perder en caso contrario. Y en cuanto a la lectura negativa, la aceptación popular de la inmunización artificial redondea el miedo, lo perfecciona. Los españoles se meterían hoy cualquier cosa, si las autoridades aseguraran que puede conducirles a la curación.
