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Miguel Vicents

El adiós de Can Vila

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Casa Vila echa el cierre B. Ramon

Casa Vila cierra sus puertas tras 99 años de actividad comercial. Y su adiós deja un hueco muy profundo en la memoria de miles de mallorquines y un recuerdo compartido por generaciones que mientras vivan seguirán añorando aquel olor a droguería tan característico e identificando esa esquina soleada de la plaza de Santa Eulàlia de Palma como la de Can Vila, aunque mañana mismo abra allí una sucursal bancaria sin personas, una franquicia de comida basura o la enésima oficina municipal de impuestos y tasas. Desaparece Can Vila cuando el trato cortés, profesional y cercano que allí se dispensaba a los clientes se ha borrado casi por completo de la vida comercial de la ciudad, como se han perdido tantas cosas que antes venían de serie en las personas y hoy resultan excepcionales. En Can Vila no existía la prisa, ni el «encontrará todas las características de la cámara en el manual». Si te comprabas una cámara, un objetivo o el accesorio fotográfico más insignificante, recibías todas las explicaciones sobre sus prestaciones allí mismo. Diez minutos, media hora, una hora o el tiempo que fuera necesario. Por eso en Can Vila a veces anochecía de golpe. Si llevabas a revelar un carrete, podías asistir también a una lección a viva voz sobre cómo mejorar el encuadre la próxima vez o la iluminación en futuras tomas. A menudo los clientes formaban corros en torno a una explicación. La escuela de fotografía era cortesía de la familia Vila, así como una muestra de su gusto por el trabajo bien hecho. Y el trato resultaba tan personalizado que salías de allí con la sensación de que habías comprado una cámara diseñada exclusivamente para ti en Japón o en Alemania, o con las copias reveladas exactamente a tu gusto. Y, por supuesto, siempre abandonabas la tienda agradecido por tanta atención y con la lección aprendida.

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