Si a uno - pongamos por caso, un responsable técnico o político - le preguntan cómo estaremos el próximo verano, es muy probable que conteste directamente «no lo sabemos» o «ya se verá». O quizás conteste con frases algo más elaboradas, del tipo «veremos cómo evoluciona la situación», «dependerá de la vacuna» o algo por el estilo. De entrada, este tipo de respuestas pueden parecer sensatas. Venimos de dónde venimos y si algo hemos aprendido a lo largo de la pandemia es a ser prudentes con las predicciones, en particular si son a medio o largo plazo. La pandemia nos ha dado tantas sorpresas, y de tal magnitud, que ahora preferimos pecar por defecto. Sobre todo, si de lo que se trata es de hacer previsiones optimistas, tantas han sido las veces que se han confirmado los peores augurios. Entiendo que todo esto tenga su lógica. Visto lo visto, no decir nada es la forma más segura de no equivocarse. Y, sin embargo, no estoy seguro que esta sea la actitud más adecuada en tiempos de crisis.

Porque, vamos a ver: ¿es cierto que no podemos decir nada más acerca del próximo verano? De entrada, si uno entra en la página web www.vacunacovid.gob.es, del ministerio de Sanidad, que informa sobre las vacunas y el proceso de vacunación (les invito a hacerlo, es un ejercicio muy instructivo) puede ver que para junio se habrá completado la fase 2 del plan de vacunación, que contempla tres fases. Para entonces, si todo va bien, se habrán vacunado todos los grupos vulnerables y los más prioritarios, incluidas las personas mayores de 80 años y todos los trabajadores con una función esencial para la sociedad. Es muy probable, además, que podamos disponer de algunas vacunas más, junto con las ya operativas, no en vano Europa tiene firmados contratos con seis fabricantes -y pueden ser más - para el 2021. Con esta situación a la vista, con estos datos tan relevantes ¿no es razonable suponer para entonces una mejora muy sustantiva de la situación epidemiológica? ¿No se puede decir esto, al menos?

Comprendo las dificultades de manejar la incertidumbre y entiendo la necesidad de mantener la tensión, de no bajar la guardia o de no generar frustración con optimismos infundados. Pero soy de la opinión que esta estrategia de comunicación, tan a la defensiva, del «no sabemos, ya veremos», por llamarla de algún modo, contribuye a la desmotivación, al cansancio de la población. Decir que el plan de vacunación, si se cumple, hace prever un verano más tranquilo, no es una nota de optimismo «infundado», se sustenta en razones objetivas y tangibles, fáciles de entender por la ciudadanía. La coherencia en los mensajes y una cierta dosis de predictibilidad, son esenciales para generar confianza. Claro que hay que ser rigurosos y prudentes, pero una cosa no está reñida con la otra. Necesitamos planes de trabajo, hojas de ruta con fundamento. No podemos lamentarnos de una ciudadanía fatigada y, a la vez, negarle los refuerzos positivos, cierta capacidad de control, sobre todo cuando el horizonte está a la vista.

Se habla mucho del 70% de la población vacunada como un objetivo crítico, sin el cual no hay inmunidad de grupo y, en consecuencia, no puede esperarse ni normalidad sanitaria ni recuperación económica. En un sentido estricto quizás sea así. Pero en la práctica, es de suponer que las cosas irán de otro modo, con mejoras paulatinas, en consonancia con los ritmos de vacunación. No hace falta ser ningún experto para pronosticar que los índices de hospitalización y de mortalidad bajaran drásticamente cuando los grupos de mayor riesgo estén vacunados. Y que, con porcentajes altos de población vacunada, pongamos un treinta o un cuarenta por ciento, las tasas de incidencia podrían ir bajando de manera sustantiva. Esto es lo que parece observarse en Israel, el país que -ahora mismo- tiene la tasa de vacunación más alta del mundo. Parece lógico, no en vano la evolución exponencial, que tan en contra nos va cuando la enfermedad se propaga sin inmunidad, con las vacunas, juega a nuestro favor.

Es evidente que los inicios del plan de vacunación en Europa, también en España, han sido renqueantes y se han visto lastrados, primero, por los titubeos en las compras y, después, con los retrasos en algunas entregas. Pero esta situación se puede revertir y no es descabellado pensar que, en algún momento, más pronto que tarde, habrá vacunas para todos. No es el cuento de la lechera. Hay unas veinte vacunas en una fase muy avanzada de desarrollo y hay al menos otras sesenta en investigación. Por otra parte, hasta la fecha, todas las vacunas disponibles han sido administradas con celeridad y con muy pocos incidentes, a pesar de las dificultades logísticas, que hacían prever lo contrario. Los protocolos establecidos, priorizando a los grupos más vulnerables, han sido en general ejemplares, por mucho que haya podido haber excepciones y alguna incongruencia. Todo esto también cuenta y hay que ponerlo en el haber del plan de vacunación.

Por supuesto, siempre pueden surgir imprevistos y las cosas se pueden torcer. La noticia relativa a la reducción de eficacia de la vacuna de AstraZeneca frente a la variante sudafricana del coronavirus ha hecho saltar todas las alarmas, justo en el momento en que en España empezamos a emplearla, lo que ha generado no pocas dudas en la población. Hay que matizar que esta reducción ha afectado únicamente a los casos con enfermedad «leve y moderada» pero falta conocer su potencial frente a la enfermedad «severa», al fin y al cabo, la más importante. La buena noticia es que, de momento, todas las vacunas -incluida la de AstraZeneca - han mostrado eficacia frente a la variante británica, quizás la que ahora mismo tiene el mayor potencial expansivo y la OMS sigue recomendando todas las vacunas autorizadas, sin distinción de variantes. Estamos tan acostumbrados a las malas noticias que olvidamos muy pronto las buenas.

Todo lo que sabemos hasta ahora de los procesos de vacunación hace pensar que las cosas irán a mejor. Los resultados que ya tenemos a la vista superan las previsiones iniciales más optimistas. La eficacia de una sola dosis de la vacuna de Pfizer podría ser superior al 85%. De confirmarse este hecho, se podría recomendar retrasar la segunda dosis para poder vacunar cuanto antes a segmentos mayores de la población. La vacuna rusa -sobre la cual había muchas dudas, por falta de datos- ha superado todas las expectativas. Es muy posible, además, que las vacunas no solo reduzcan el riesgo de sufrir la enfermedad, sino que detengan el grueso de las infecciones, reduciendo así los umbrales teóricos para alcanzar la inmunidad de grupo. No hay retorno a la normalidad en un futuro previsible, cierto. Y puede haber todavía más de un sobresalto por el camino. Pero a poco que se cumplan los planes de vacunación, si vacunamos sábados y domingos, hay fundadas esperanzas para un verano más tranquilo. O así lo veo yo.