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Antonio Papell

Solidez ante el 23-F

Hoy se cumplen cuarenta años de la cuartelada que pudo haber frustrado la joven democracia española dos años y unos meses después de la promulgación de la Carta Magna, tras la dimisión un tanto enigmática de Adolfo Suárez de la presidencia del Gobierno, cuando la UCD en el gobierno se estaba desmoronando, los cuarteles —todavía en manos de generales franquistas— bullían sin haber asimilado aún la legalización del Partido Comunista, ETA y el Grapo asesinaban a mansalva y existía en todas partes un clima de tensión inquietante.

La historia es conocida, y aunque han surgido infinidad de teorías conspiranoicas, el fondo de la trama se conoce: el levantamiento de Tejero, secundado por una única región militar y por unas pocas unidades en Madrid, ante el que muchos mandos quedaron a la expectativa, fue abortado por el Rey Juan Carlos mediante un mensaje televisado que no dejaba lugar a dudas. Quienes todavía aseguran que el jefe del Estado estaba en la conspiración tendrán que explicar por qué sólo gracias a su intervención el levantamiento se frustró cuando todo indica que, de haberlo respaldado, el golpe, más o menos blando, hubiese triunfado.

Sea como sea, aquel 23-F dramático actuó como vacuna estabilizadora ante futuras aventuras similares, y de hecho el breve gobierno de Calvo Sotelo permitió tranquilizar psicológicamente al país y prepararlo para el gran cambio que se avecinaba: el 28 de octubre de 1982, seis meses antes de lo preceptivo, hubo elecciones generales y el PSOE ganó con holgada mayoría absoluta de 202 diputados, frente a los 107 de la coalición conservadora AP-PDP que obtuvo 107. La UCD, que no tardaría en desaparecer, consiguió tan solo 11 diputados. Por primera vez, se instalaba en el poder en España un partido de izquierdas desde la Segunda República Española.

El Ejército, ya liberado de sus elementos más ultras, digirió el juicio a los responsables del golpe y se aclimató con relativa facilidad al papel que le correspondía, bajo la dirección del poder civil. La Transición pacífica de la dictadura a la democracia había cumplido plenamente sus objetivos y se convirtió en asunto de análisis universitario en las cátedras de politología. La modernización del país, que tuvo un hito definitivo en 1986 con el ingreso de España en las entonces Comunidades Europeas, ya no se detuvo hasta situarnos en la posición actual, con un régimen sólido y brillante, bien exportado diplomáticamente por el entonces jefe del Estado, «nuestro primer embajador» según un tópico muy utilizado.

Mirando hoy hacia atrás con perspectiva hasta aquel 23-F, hemos de maravillarnos del camino recorrido, por graves que hayan sido las dificultades, en gran medida derivadas de las dos grandes crisis que nos ha tocado atravesar desde 2008 hasta hoy, cuando en 2007 llegamos a pensar (muchos economistas ilustres incluidos) que los ciclos económicos habían prácticamente dejado de existir. La maquinaria constitucional funciona: tras una etapa de inestabilidad, las grandes instituciones han asimilado el cambio espontáneo del sistema representativo, desde el bipartidismo imperfecto de antaño al pluripartidismo de hoy día; la jefatura del Estado se ha consolidado de nuevo tras tambalearse por las imprudencias lamentables de don Juan Carlos, que aceptó disciplinadamente la abdicación cuando los prohombres del reino le pusieron de manifiesto que su continuidad comprometía a la Corona. El sistema mantiene su velocidad de crucero sin cuartearse ni conmoverse pese al surgimiento de una potente extrema derecha, y está dando resultados aceptables la coalición del centro izquierda con la izquierda, un experimento inédito en el pasado.

Venimos de vivir en Occidente un episodio análogo aunque distinto, con el que se puede establecer un parangón: la toma del Congreso norteamericano por partidarios del populista Trump, que, como los dictadores abyectos, se negó a aceptar el resultado de las urnas. También esta vez las instituciones de la democracia han funcionado y America is back —América vuelve—, como ha asegurado gozosamente Biden al restituir los lazos del vínculo trasatlántico con Europa. Y es que las democracias fuertes, basadas en sociedades plurales y dispuestas a preservar la legalidad, son imbatibles e irrevocables. Siempre que los demócratas estemos dispuestos a defenderlas a cualquier precio como en 1981.

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