En los años treinta, en plena efervescencia del fascismo italiano, apareció un día en una calle de la antigua población de Istria denominada antes Vodnjan y tras el reparto de la posguerra Dignano, un cartel en el que prohibía el hablar o el cantar en eslavo, lengua de la mayoría de sus habitantes antes de la Gran Guerra, y subrayaba el anuncio el lema «Solo la lingua italiana»; cartel que finalizaba con la frase «nosotros los escuadristas, con métodos persuasivos, haremos respetar la presente ordenanza».

Aquí y ahora no pasa día sin que en los medios o en ámbitos políticos no se aluda por algunos a eso del fascismo y del antifascismo y uno alberga la duda de si la inmensa mayoría de los que airean, con insospechada alegría, esos términos en su charlas o escritos, tienen claro lo que es una cosa y por ello andan errados en la simple denominación de su contraria. Cierto que se han escrito incontables volúmenes intentando definir el verdadero significado de ese, llamémosle, movimiento ideológico y sobre el asunto definitorio sobre del mismo existen casi tantas teorías como opiniones, todas ellas quizá falibles y otras perfectibles y no pocas absurdas; yo prefiero acudir a la descripción de Norberto Bobbio, quien consideraba que «El fascismo es un sistema que trata de llevar a cabo un encuadramiento unitario de una sociedad en crisis dentro de una dimensión dinámica y trágica, promoviendo la movilización de masas por medio de la identificación de las reivindicaciones sociales con las reivindicaciones nacionales»; si Don Norberto tenía razón no me negarán que dentro de esa descripción tienen cabida más de una y más de dos de las actitudes y aptitudes que, de ordinario, pululan a nuestro alrededor, aún cuando algunas de ellas se autodenominan curiosamente como antifascistas. Como anunciaba Forrest Gump, desde su estupenda sencillez y en una sola frase: «Estúpido es quien hace estupideces»; deberíamos preguntarnos igualmente si fascista es también el que hace ‘fascisteces’, si me permiten Ustedes el palabro del que soy único responsable.

Curiosamente los dos grandes movimientos ideológicos que han incidido de manera fundamental y hasta trágica en la reciente historia, no solo europea sino mundial, entremezclan con habilidad, al igual que algunos que nos son más cercanos, los elementos de la frustración social o individual, del sentimiento de humillación de una sociedad o grupo social, para conseguir llegar a mentes y corazones con mayor comodidad; todo ello adecuadamente aderezado con elementos de lucha social y sobre todo de un prostituido concepto de patria, sea ésta chica o grande, existente o imaginaria. Puede que solo exista un elemento diferenciador entre ambos pensamientos, el fascismo suele añadir a su argumentario aquello de la identidad, en su doble vertiente, la nacional y la racial, mientras que en la otra ideología el internacionalismo, aunque sea de boquilla, suele primar; lo cierto es que uno y otro suelen utilizar un común denominador, el comodín de ‘el pueblo’; ahí está la madre del cordero, desde lo de la voluntad popular hasta lo de justicia popular, empleada tanto por unos como por otros; todo se ha justificado en aras de ese considerado valor supremo, sobre todo cuando ese pueblo de matices tan irracionales se trasforma en Estado; la mezcla no deja de ser letal. En nombre de esa tan manido pueblo se han cometido tantas injusticias y crímenes como en nombre de la libertad, en uno y otro caso manipulando el concepto a conveniencia. Pero claro el pueblo, en su conjunción de individualidades, también puede meter la pata.

Lo preocupante es que viene siendo observable en algunos esas descritas características, cuando al tiempo se dicen asqueadas de cualquier actuación fascistoide; es algo así como si de un cura pederasta que sermonea sobre el mérito de la castidad se tratara, al punto que uno ya no sabe si ese contrasentido es debido a la humana hipocresía o a la patológica esquizofrenia.

Y de ese modo es observable sorprendentemente en algunos autodenominados antifascistas y que presumen estar en el lado adecuado de la linde, esa que dicen separa a los fascistas de sus contrarios, comportamientos y hasta comentarios que parecen colocarles en el lado contrario al que dicen pertenecer; y es que las líneas ideológicas no son en último término las que justifican la atribución sin más de éste o aquel calificativo, sino los comportamientos de las personas, tanto individual como colectivamente. Fuera aconsejable que algunos, antes de utilizar ciertas denominaciones para sus adversarios, prestaran atención a su propio comportamiento y se aseguraran del lugar en el que realmente plantan sus reales en esa tenue frontera que, en ocasiones, separa a los fascistas de los que dicen no serlo, no fuera cosa que estuvieran en el lado equivocado.