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Antonio Papell

Salvar al centro derecha

Un analista con buen criterio decía horas antes de que se abrieran las urnas que VOX ha utilizado cinco «mantras» para adueñarse del sector más conservador del electorado catalán: la inmigración, la islamización, la inseguridad, la reapertura total de la actividad económica y el fin del «despilfarro» en la Generalitat. Para envolver este mensaje, las huestes de Abascal y del irascible Espinosa de los Monteros adoptaron una actitud agresiva que los llevó a la confrontación con el soberanismo más radical, lo que terminó de cristalizar el apoyo de los más excéntricos por el lado de estribor, y a muchos conservadores españolistas que desertaron del precario PP, en horas muy bajas. La polarización generada por la sinrazón soberanista y por la energuménica extrema derecha ha potenciado a esta, a fuerza de arrancar jirones irracionales de la derecha más moderada.

En definitiva, Vox ha ganado al Partido Popular en Cataluña, lo cual a este cronista le parece una grave desgracia para este país porque siempre es una mala noticia que los radicales adelanten a los moderados de cualquier tendencia; una desgracia que resulta sin embargo remediable y que todos los constitucionalistas de este país debemos contribuir a enmendar.

Existe una familiaridad innegable entre el Vox español y el Frente Nacional francés de Jean Marie Le Pen (actualmente en manos de su hija y con un nuevo nombre: Ressemblement National, en un intento de edulcorar la radicalidad). Vox recoge a los herederos biológicos o intelectuales del franquismo, profundamente descontentos con el pluralismo democrático, que durante la Transición consiguieron ser engullidos por la potente personalidad de Fraga en una derecha dura pero amplia, que apenas dejó fuera a grupúsculos sin importancia (Fuerza Nueva de Blas Piñar, que sólo consiguió un escaño entre 1979 y 1982). En cambio, FN, hoy RN, es la consecuencia de la propia historia de Francia, invadida por los alemanes durante la segunda guerra mundial y afectada por la descolonización de Argelia entre 1954 y 1962, que tuvo como consecuencia el retorno a la metrópoli de más de un millón de colonos franceses y numerosos argelinos que emigraron por colaboracionistas o para buscar mayor prosperidad. Jean-Marie Le Pen fundó FN en1972, junto con el antiguo miembro de la OAS Jacques Bompart, el antiguo colaboracionista Roland Gaucher, el negacionista del Holocausto François Duprat así como otros nostálgicos del régimen de Vichy y católicos tradicionalistas. Le Pen se presentó a las elecciones presidenciales francesas de 1974, obteniendo un 0,74% de los votos, pero en 2002 llegaba a la segunda vuelta de las presidenciales, que ganó el conservador Jacques Chirac con el 82,2% de los sufragios. En 2017, Marine Le Pen se enfrentó con Macron en la segunda vuelta de las presidenciales, gozando del apoyo más o menos explícito de Trump, y perdió aunque con un amenazador 33,9% de los sufragios.

La extrema derecha francesa ha conseguido por tanto acallar a la derecha tradicional, conservadora y democrática, y compite con un nuevo centro que en realidad se nutre del Partido Socialista y de las formaciones gaullistas y republicanas de centro-derecha, desaparecidas o languidecientes.

Nuestro sistema político ha funcionado durante casi cuatro décadas sobre un bipartidismo imperfecto, basado en la competencia entre un centro derecha —el PP— y un centro izquierda —el PSOE—. Ciudadanos fracasó estrepitosamente en 2919 en su intento de sustituir la hegemonía del PP en el hemisferio de estribor, y ello le ha llevado a un declive imparable. Unidas Podemos tampoco ha logrado imponerse al PSOE y, en una decisión que detuvo momentáneamente una peligrosa decadencia, formó con los socialistas una coalición que de momento funciona razonablemente. El PP, por su parte, tiene ahora que resistir ante VOX, que intentará adueñarse de su espacio después de lo sucedido en Cataluña.

Es obvio que el futuro del PP ha de ser decidido por sus propios cuadros, con Casado a la cabeza, contando con la amplia clientela que posee. A muchos nos parece absolutamente necesaria la supervivencia de un partido moderado de derechas capaz de alternarse pacíficamente con las izquierdas. Pero son los populares, con el pesado lastre de la historia sobre las espaldas, los que tienen que salir del atolladero esgrimiendo su rostro más democrático y liberal y no compitiendo en radicalidad con sus vecinos por estribor.

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