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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Políticas distintas

Tras el coronavirus la economía se recuperará con rapidez, pero no sus secuelas

Políticas distintas

La del coronavirus es una crisis que desvela otras muchas. Traza, por ejemplo, una geografía de la pobreza real, que ya existía antes –aunque seguramente no tan extremada– sombreando de angustia nuestro país. Dibuja las nefastas consecuencias de años de borrachera financiera, en los que el capital se fue concentrando en unas pocas manos y en los que se olvidó que las clases medias son el garante de la estabilidad social y que la atención a los más desfavorecidos constituye un imperativo ético irrenunciable. La crisis nos habla también de la debilidad que muestra el actual diseño del Estado del bienestar, incapaz de responder a los tremendos retos que afronta. Por otro lado, la crisis saca a la luz muchas otras heridas mal suturadas, que ya aquejaban anteriormente a nuestra sociedad. Cuestiona en parte las bondades de una globalización que ha desprotegido a los trabajadores y reforzado a las grandes corporaciones frente a la pequeña y mediana empresa. Pone en duda el buen funcionamiento de la Unión Europea, que ya fracasó en su respuesta al crac del 2008 forzando los Estados a una austeridad extrema, y que ha vuelto a fracasar ahora en su gestión de la pandemia con la falta de vacunas. El deterioro de la democracia –de su cultura política, digamos– resulta insoslayable, sometida como está a una sucesión de shocks internos y externos.

Ahogado nuestro país por la deuda, el desplome de la economía tiene escasos precedentes históricos. En el caso de Baleares o de Canarias, adquiere dimensiones catastróficas, propias de un conflicto bélico. Hablamos de una caída de una cuarta parte del PIB que, por muy coyuntural que sea (cabe esperar que el turismo se recuperará tan pronto como se controle sanitariamente la pandemia), dejará un reguero de víctimas. La descapitalización industrial y laboral lleva tiempo en marcha y no se frenará en cuestión de meses, ni en unos pocos años. Una noticia que no pasó desapercibida la semana pasada indicaba que la República Checa ha superado por vez primera la renta per capita española. Seguramente pronto le seguirán naciones como Eslovenia, las tres repúblicas bálticas y Polonia. Estos países tienen en común –además de la experiencia histórica del comunismo– la proximidad geográfica con Alemania o la península escandinava, lo cual los convierte por naturaleza en proveedores suyos: las sociedades industriales y avanzadas requieren de vecinos con músculo industrial. La posición geográfica española, en cambio, nos invita a converger con vecinos –Portugal, Marruecos, Francia e Italia–, dotados de un tejido competitivo menor y orientados más hacia el turismo, la banca y la construcción. Sencillamente, confluimos con nuestro entorno. Ya en los años ochenta empezamos a abandonar la industria y ahora, en tiempos de pandemia, se desvelan las consecuencias en toda su magnitud.

Tras la covid-19, la economía se recuperará con rapidez pero no sus secuelas. Estas llevará mucho más tiempo, porque hay demasiadas cosas por rehacer: en primer lugar, la cultura y, a continuación, la escuela, un modelo industrial propio y una ciencia avanzada. También una cohesión social que plantee políticas de bienestar y medioambientales realmente inclusivas y equilibradas, que no dejen a nadie de lado y que no dividan ni fracturen aún más. Y eso nos habla de conciencia y de cuidado. Sobre todo de conciencia y de cuidado.

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