Diario de Mallorca

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Antonio Papell

Drama urbano

La noticia es escueta: casi en la medianoche del pasado domingo, Deliveroo, la plataforma global de comida a domicilio, avisó a uno de sus clientes de que una incidencia imposibilitaba la entrega de su pedido. El motorista que transportaba el paquete, que había subcontratado su licencia a otra persona, había fallecido tras chocar con un camión de la basura en una calle de Madrid. Se llamaba Néstor Alexander Pérez, de 48 años, un abogado venezolano que ejerció la abogacía en su país hasta abandonarlo tras sufrir amenazas. Paradójicamente, la huida para ponerse a salvo lo llevó a la muerte más absurda.

La noticia, evidentemente poco relevante y en absoluto merecedora de una primera página, tiene sin embargo muchas caras y numerosas aristas emocionantes porque retrata bastante bien el mundo desconcertante en que vivimos. Un mundo en que, en relación con este suceso, la preocupación oficial radica en cuál debe ser la clasificación laboral de los riders, que son los motoristas/ciclistas que se ocupan de llevar mercancías a domicilio: hoy son personas autónomas que se contratan a las grandes empresas distribuidoras en condiciones precarias, y el gobierno dispondrá que sean trabajadores por cuenta ajena, lo cual no mejorará mucho su salario sino más bien al contrario pero les dará cierta seguridad. Un grupo de riders se opone a la reforma porque pretende un trabajo más discontinuo, y porque la empresa ya los asegura. Pero el problema es obviamente más profundo.

El fallecido en cuestión era un ciudadano venezolano ya maduro y con carrera que tuvo que huir de su país por razones políticas. La ‘madre patria’, que lo acogió, no le ofreció sin embargo más que un infratrabajo impropio de su edad y de su formación. Esa tarea suicida de ir a toda prisa por la urbe llevando una pesada carga que ha de llevarse pronto para que no se enfríe puede ser aceptable para una persona muy joven, estudiante o en paro, o que trata de completar un salario insuficiente, pero no puede ser el modo de subsistir de un abogado venezolano de 48 años. La tragedia ya estaba ahí, antes del accidente.

Lo más grave del caso es que nuestra víctima no es una excepción: el subempleo, que muchas veces consiste directamente en una explotación, es fruto de un desempleo insoportable y no suficientemente subsidiado. El desempleo de jóvenes menores de 25 años en España era a finales de 2020 del 40,7%, tan solo por delante de Grecia en la Unión Europea.

Esta situación es la culpable que personas con una capacitación elevada, incluso universitaria, hayan de repartir comidas a domicilio jugándose la vida. Nuestro venezolano tenía, además, el obstáculo de su nacionalidad, que aquí genera hostilidad o indiferencia: en el mejor de los casos, no se le discute su derecho a ser y a estar; en el peor, será vilipendiado por un racismo en ascenso que guarda notable correlación con el voto de Vox y con la tasa de desempleo.

Es muy evidente que el cambio arrecia, a pesar de la oscura pandemia que nos ha inmovilizado relativamente, pero es difícil aventurar una opinión positiva sobre las ventajas que la modernización ha traído a la ciudadanía. La automatización nos avisa de que dentro de poco no habrá, directamente, trabajo para todos; en España, ya se dice con la mayor tranquilidad que tenemos un paro estructural del orden del 14%, del cual no podremos por lo tanto bajar nunca. Pero, además, los nuevos trabajos —y el de ‘rider’ es uno de los más representativos— son sencillamente una basura, y al aportar escaso valor añadido, son pagados miserablemente.

Es muy importante que sigamos innovando. Los recursos europeos que recibiremos para salir del pozo no pretenden otra cosa, y nos impulsan a intensificar la digitalización, la descarbonización, la formación… Designios muy loables, pero pocos se paran a pensar qué será de la gente que trabaja en sectores tradicionales, cómo se adaptarán a la mudanza o cuánto trabajo se perderá con las reformas. No puede haber progreso económico sin progreso social. El futuro no puede acumular muchas más historias tristes como la del ‘rider’ abogado y venezolano, empobrecido, humillado y atropellado de madrugada por un camión de basura.

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