Es terrorífico, pero ha comenzado ha circular este mensaje desolador: «Salvemos la semana Santa». Quienes lo emiten, quieren decir que habría que conseguir que pudiéramos disfrutar de las tradicionales vacaciones de primavera sin constricciones a la movilidad, celebrando el descanso con amigos y familiares, salir del irrespirable clima de confinamiento que producen el estado de alarma y las medidas de seguridad decretadas para minimizar los efectos de la covid-19.
El 2 de abril es Viernes Santo, lo que significa que en menos de dos meses es totalmente imposible que hayan podido retirarse las medidas de seguridad (seguiremos para entonces en estado de alarma) porque la pandemia continuará activa y mortal, en el declive de la tercera fase. Una tercera fase que ha adquirido su virulencia exorbitante porque cometimos el tremendo error de haber «salvado la Navidad»: las muertes de hoy son la consecuencia de las festividades de ayer. Aquellas celebraciones han tenido un final trágico.
Así las cosas, es evidente que «salvar la Semana Santa», cuando la vacunación estará todavía en mantillas, equivale a promover una cuarta oleada, que podría costará varios millares más de vidas. Por el contrario, lo deseable es que mantengamos la prudencia mientras se acelera todo lo posible la vacunación para poder cerrar cuanto antes este dramático episodio que dura más de un año y que ha dejado tras de sí un rastro dramático que debemos atajar con todas nuestras fuerzas. Cualquier otro planteamiento más ‘blando’ sería una locura.
