Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Papell

La pandemia divide al PP

Ayuso ha alardeado de que «su» comunidad autónoma está consiguiendo salvar el negocio de la restauración, ya que ni siquiera la subida escalofriante de los contagios estas pasadas semanas ha impulsado medidas radicales de cierre o de graves limitaciones al uso den interiores como sí ha adoptado la mayoría de las CCAA, tanto las del PSOE como las del PP, pues parece demostrado que los bares y restaurantes son y han sido factores relevantes de la transmisión del virus. Es más: con la pandemia en todo lo alto, la CAM anunciaba ciertos relajamientos en la restauración, como el de aumentar de cuatro a seis el número de comensales por mesa.

Pese a esta evidencia sanitaria, las medidas de Ayuso, claramente irreflexivas, son muy populares. Primero, porque los dueños de bares y cafeterías están encantados y alaban las virtudes de su mandataria, que les permiten salir del ostracismo y la miseria (una reacción comprensible pero poco meditada); y, segundo, porque buena parte de la opinión pública, dolorosamente harta de confinamientos, prohibiciones y cierres, está en el fondo feliz con esta posibilidad de esparcimiento que difunde una falsa idea de normalidad.

Es evidente que semejante actitud, que no combate la pandemia sino al contrario, resulta dañina para los otros presidentes de comunidad autónoma, que cargan a su pesar con la impopularidad de las medidas de seguridad, que sin embargo aplican por convicción y en cumplimiento de sus obligaciones morales. En concreto, es lógico que la actitud de Ayuso genere una presión insoportable de los restauradores sobre los presidentes autonómicos que han impuesto severas limitaciones a su actividad para salvar vidas de conciudadanos.

El portavoz de este malestar ha sido el gallego Feijóo, quien lo ha manifestado claramente y sin contemplaciones a la prensa, ha hablado de sentido de responsabilidad y, sin citarlo, ha emplazado al presidente nacional, Pablo Casado, a que ponga orden en el partido, en el que Madrid zancadillea a las demás comunidades. Madrid es una comunidad rica, pequeña, con una población joven y con una magnífica red sanitaria, lo que le permite resistir mejor a la pandemia que otras regiones mucho más envejecidas y con una demografía diferente.

Lo que sucede es que la rebeldía de Ayuso, personaje con fama de indomeñable que recuerda en ciertos momentos a Esperanza Aguirre, es una baza electoral de primer orden, que en Madrid parece capaz de contener la marcha ascendente de Vox, que compite con el PP por el dominio de la derecha y que ha desconcertado a todos con su abstención que permitió al Gobierno sacar adelante el decreto de distribución de recursos europeos para la reconstrucción. Casado ha permitido que la fiera se desarrollara y afilara sus garras, y ahora no hay modo de devolverla a la jaula, donde, junto al comunicador Rodríguez que la asesora, sigue las instrucciones de un Aznar complacido por la situación.

Por fortuna para Casado, no hay más elecciones este año en España que las de Cataluña, pero también en estas, inminentes, se juega mucho el presidente popular, ya que si Vox consiguiera el ‘sorpasso’, como auguran algunas encuestas, la posición del líder popular quedaría en entredicho. Porque si Vox lograse conjugar su discurso con una cierta respetabilidad (algo muy difícil pero no imposible), el futuro de este PP, todavía no liberado de su negra historia, quedaría muy en precario.

Es ley de vida que si Ayuso se afirma en Madrid con su ideología ultraliberal (y sus escasos escrúpulos ante una población amenazada), terminará aspirando al liderazgo de la derecha, como le ocurrió antes a Aguirre, que solo desistió de su ambición cuando se vio afectada en última instancia por las corruptelas ajenas a su alrededor. Habrá que ver entonces cómo termina la competición en el seno de una derecha demasiado concurrida, con el rumbo confuso y además severamente fracturada.

Compartir el artículo

stats