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Antonio Papell

Opciones catalanas

A medida que se aproximan las elecciones, no solo no se hace una meditación a fondo de la situación de Cataluña, sino que se acentúan las amenazas radicales a la convivencia

En todos los estados compuestos, las elecciones territoriales repercuten como es lógico en la gobernación del Estado y ofrecen una visión más o menos realista de la situación del conjunto. De ahí que las elecciones catalanas del 14-F sean contempladas desde diversas perspectivas, ya que los resultados influirán, es obvio, en el futuro de Cataluña pero también en el de todo el Estado.

Las encuestas sugieren cierta nivelación entre el soberanismo de derechas (teñido de socialdemócrata) pilotado por Puigdemont (JxCat), el soberanismo de izquierdas con Junqueras a la cabeza (ERC) y el PSC de Salvador Illa. Quién gane en esta disputa será el dato más relevante de todos, junto a la proporción entre soberanistas y no soberanistas, que también influirá en la gestión de los resultados. También será un dato decisivo el de si la suma de los apoyos que reciban JxCat y ERC alcanza o no la mayoría absoluta de los votos y/o del parlamento catalán (68 diputados).

El peor de los escenarios para el constitucionalismo y para el gobierno del Estado sería la victoria de JxCat, ya que Laura Borràs mantiene que si el soberanismo alcanza la mitad de los votos, será momento de recuperar la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) que Puigdemont archivó en 2017. Además, si no se produce el ‘sorpasso’ y Esquerra Republicana, cuyo candidato es Pere Aragonés, poco atractivo políticamente, queda por detrás de la posconvergencia, los republicanos llegarán probablemente a la conclusión de que su política de cooperación con el gobierno socialista no ha resultado rentable puesto que su electorado no la ha anotado en el haber de la formación. En este supuesto, se debilitaría la estabilidad estatal de la coalición gubernamental PSOE-UP, que ha necesitado el apoyo de los republicanos para sacar adelante la mayoría de proyectos legislativos en la Cámara Baja.

Si ERC y JxCat obtienen juntos los 68 escaños de la mayoría absoluta (algo poco probable), gobernarán en asociación, pero si no llegan a conseguirla, tendrán dificultades en obtener la mayoría puesto que la CUP ya ha manifestado que se considera absolutamente incompatible con JxCat (como se recordará, forzó en su día la salida de Artur Mas del liderazgo posconvergente, lo que dio paso a Puigdemont).

No es irrelevante el orden electoral que obtengan las dos grandes fuerzas soberanistas ya que la victoria de ERC mantendría abierta la senda del diálogo, de fortalecimiento del sector soberanista antes de plantear la independencia a medio o largo plazo, en tanto que la de JxCat tendría consecuencias seguramente acaloradas y tumultuarias.

El ‘efecto Illa’, que en un primer momento fue detectado por el CIS como responsable del pronóstico de victoria del PSC en la consulta, habrá sufrido un proceso de decantación de desenlace imprevisible, que sí permite sin embargo augurar que provocará un ascenso de los socialistas con relación a las anteriores elecciones de 2017 (17 escaños obtuvo Miquel Iceta, uno más que en las elecciones anteriores). En caso de triunfo del PSC, y si los soberanistas no obtuvieran un resultado muy rotundo, cabría la posibilidad de un gobierno formado por PSC-omunes, transcripción del gobierno estatal, con el apoyo externo de ERC (aunque los comunes también han manifestado su incompatibilidad con ERC, lo que da idea de la complejidad del panorama catalán, cargado de filias y fobias irreductibles).

Lo más descorazonador del caso es que, a medida que se aproximan las elecciones, no solo no se hace una meditación a fondo de la situación de Cataluña, víctima de una disparatada politización que ha desbordado el territorio de la racionalidad democrática, sino que se acentúan los proyectos descabellados, las amenazas radicales a la convivencia y la insistencia pertinaz en el error. El grito «lo volveremos a hacer» que lanzan algunos los soberanistas y los representantes de ciertas organizaciones sociales constituye un pésimo presagio y anuncia que si la sabiduría popular no lo impide, la cuestión catalana permanecerá irresuelta, impidiendo la prosperidad del país y perturbando la paz y la felicidad de los propios catalanes.

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