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Juventud, ¿divino tesoro?

Juventud, ¿divino tesoro?

Juventud, ¿divino tesoro?

Decía Aristóteles que «adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos no tiene poca importancia: tiene una importancia absoluta». La crisis generada por la covid-19 ha puesto en riesgo el futuro de toda una generación, que se cuestiona su rol en nuestra sociedad. ¿Qué hábitos puede adquirir una generación que ha perdido todo derecho a aprovechar su libertad? ¿Hemos sido justos con nuestros jóvenes, a lo largo de la crisis? ¿Cómo será su vida, cuando esta pandemia pase?

En un contexto de per se muy pesimista, no podemos dejarles de lado. Ni como provincia, ni como Comunidad Autónoma, ni como país, podemos permitirnos tirar a la basura una generación con tanto talento. Deberíamos cuestionarnos sobre el aumento inquietante de depresiones, del consumo de alcohol, cánnabis y otras drogas, del consumo de antidepresivos e hipnóticos (somníferos), y de las tentativas de suicidio en el colectivo de los 15 a los 29 años.

Les confieso que tengo mucho temor a su futuro. Primero, porque les hemos acusado durante una buena parte de la crisis de ser responsables del aumento de contagios. Segundo, porque no los hemos tomado demasiado en cuenta en la desescalada («son gente sana en su mayoría, ya vendrán luego»). Tercero, porque están solos.

Al igual que a nuestros mayores, debemos cuidar de nuestros jóvenes. Las redes sociales que tanto utilizan fomentan paradójicamente la solitud, su solitud. En un contexto en el cual las clases se realizan muchas veces a través de un ordenador, sin muchas veces derecho a encontrarse, hablar, debatir, explorar, investigar… Y cuándo sucede, en pequeños grupos y vigilando la hora y el WhatsApp con el móvil por si alguien de la familia, algún amigo o alguien del trabajo ha dado positivo a la covid… ¿Qué hábitos sociales están aprendiendo? ¿Qué relación guardarán entre ellos y las generaciones más mayores?

De nuestra capacidad de construir la cohesión social intergeneracional depende nuestro futuro como nación. Al fin y al cabo, como decía mi abuelo. Juventud, ¡divino tesoro!

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