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Alex Volney

El granizo y los truenos

En la antigüedad muchos desastres naturales ya eran atribuidos a esos espíritus inmundos que venían de la cultura más pagana. Los dioses buenos en la civilización helenística figuraban como el contrapunto a los más malotes que iban sacudiendo a las gentes con las catástrofes de todo tipo. Esa herencia marcaba la diferencia a la hora de que esos fenómenos no tuvieran origen divino ni finalidad primitiva. Un poco más tarde la cultura cristiana permeabiliza esta línea y atribuirá todas las calamidades al ángel caído.

En el año 561 los obispos reunidos en el Concilio I de Braga concluyeron que nada de nada: Satán no era capaz de provocar todo eso. Una antigua fake en toda regla, según el clero del momento. Piensen que de la Grecia antigua los Daimones actuaban como ángeles en defensa de los mortales, de naturaleza entre lo divino y lo terrenal, esta especie de magos pasarán a travestirse en personajes bíblicos e incluso en arcángeles mediumnizando sus argumentos.

A la vanguardia de lo racional, ya me contarán, aparece Agobardo de Lyon obispo de la misma ciudad y de origen desconocido que combatía con la «razón» la superstición reinante a inicios del siglo IX en el occidente europeo: Los Tempestarios. Eran individuos capaces de desencadenar tormentas. Desde la remota región de Magonia navegaban sobre las nubes, sus tripulantes recogían los frutos derribados por el granizo. Agobardo, clérigo del todo racional, intentó desmontar esa creencia con las Sagradas Escrituras en la mano. En época carolingia eran, los Tempestarios, un grave problema que generaba bastante legislación. Agobardo racional...y profundamente religioso. Su discurso principal deviene una diatriba contra la mentira y a favor de la verdad (¿les suena?). Fue un religioso implicadísimo en erradicar la herejía. Nadie sabía el origen de los Tempestarios que solían trabajar fuera de sus comunidades ofreciendo sus servicios y cobrando. A cambio de retribuciones les contrataban para evitar tormentas, eran magos itinerantes. Para el clero eran delincuentes, pero siempre los de fuera, nunca trabajaban en su vecindario, las infracciones solo las cometían los «foráneos». Llegaron a evolucionar convenciendo a las gentes de que no las provocaban pero sí tenían el qué y el cómo para alejarlas, como en una inacabable campaña electoral. Viajaban de comunidad en comunidad ofreciendo sus servicios y filtrándose en todo el territorio. A los locales nunca se les interrogaba, se solían apresar y juzgar a los externos. Como ustedes saben los clérigos irán usurpando a esos magos este rol e irán eliminando todo vestigio de paganismo que quede cortando de raíz los vestigios daimones para sustituirlos por los arcángeles incluso con oraciones arcaicas y estructuradas en la liturgia helenística.

La madre del cordero no era otro que los «magos fabricantes del tiempo» mantenían una dura rivalidad con la Iglesia pues aquellos que manifestaran controlar el clima gozarían de influencia decisiva sobre el pueblo y sus futuras hambrunas. Farsantes de uno u otro color cobraban lo que no estaba escrito a las pobres gentes. Nuestros abuelos, hoy, pagan con todo su sueldo a las residencias que los acogen y que en algunas muy siniestras ocasiones los desatienden y los dejan morir, los abandonan en el más delicado de los trances y todo eso sin perdonarles un puto céntimo. Carlo Mosca, médico italiano administró fármacos letales a diversas personas para disponer de algunas camas. Antes de Cristo la legislación romana ya disponía diversas cláusulas contra los encantamientos de los magos. Imissores Tempestatum. A partir de ahí comenzaron las campañas que aseguraban no ser originarios de Magonia pero que sí, que eran capaces de alejarlas o evitarlas. Eran los comienzos de la política. Ya en los inicios de la era cristiana los campesinos al mismo tiempo que les pagaban les llamaban sus «defensores». Los geriátricos suelen contar con el sinónimo de «residencia» y suelen decir estar al cuidado de nuestros mayores. No puedo quitarme la imagen de ese guardia jurado a la puerta de unos almacenes, echando a cada cliente, en ordenada cola, un rayito de aguachirri y una mirada bien concentrada, a cada uno de ellos, antes de posibilitar su acceso.

En 1869 un grupo de científicos subió la montaña de Pierre- Sur- Haute, en el macizo central francés, al mismo tiempo de una fuerte tormenta. Pudieron escapar por pelos de ser apaleados. Ese grupo de botánicos se escurrieron por el valle. Hoy se actúa con cierta violencia ante unas medidas sanitarias que nos deberían concernir a todas y todos. Hortense, Filomena, Justine..., qué más da el nombre cuando el problema es crónico y es totalmente otro. El nuevo tempestario habita el proceso automático y escupe el nombre y todo el mundo a rodar, cómo «barcos aéreos» en los Anales del Ulster, esa imagen común en las fuentes altomedievales avistando naves de madera que sobrevolaban cumulonimbos y a la vez llegaban a la orilla surcando las brumas hasta la arena. Jacob, el lingüista de los hermanos Grimm consideraba Magonia como un simple vocablo nórdico imaginativamente geográfico mientras P.E.Dutton lo relaciona con el término de latín clásico «Mango» que significa «mercader de esclavos». Decantémonos por el coautor de Blancanieves, Hansel y Gretel, Lobo y las siete cabritas, Músicos de Bremen... solo por citar precuelas a las historias que nos van contando las distintas administraciones que siguen dando la espalda a la ciencia y solo ven paja en ojo ajeno. Temerariamente les he alternado el hoy con el ayer. Cualquier página actual de internet iguala o supera a esta obra traducida por J.A.Jiménez Sánchez para la editorial Siruela: Sobre el granizo y los truenos, opúsculo que pretendía desmontar la creencia popular de sus feligreses imponiendo nada menos que las Sagradas Escrituras, racionalmente, por supuesto.

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