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Ramón Aguiló

El (mal) ejemplo del obispo

El obispo Taltavull se vacunó el 5 de enero contra el coronavirus en una residencia de curas mayores donde no vive. El hecho se conoce tras el escándalo de políticos y militares protagonizando la misma conducta, que supone la vulneración de los protocolos establecidos por le autoridad sanitaria. Así, han tenido que dimitir unos y otros, forzados por sus respectivos partidos o por el malestar creado en el gobierno, para que, con la dimisión se dé ejemplo de asumir las responsabilidades sociales en las que se ha incurrido.

La cuestión radica en la existencia de un protocolo fijado por la autoridad competente que afecta a todos los ciudadanos. Podría tener un sentido como el establecido u otro diferente y se supone que cada uno tendría su propia justificación. Por ejemplo, en el hipotético caso de una guerra virológica, es lógico pensar que son los dirigentes civiles y militares que dirigen un país y la guerra los que deberían ser los primeros vacunados, porque sin ellos el país puede perderla. En un caso como el que vivimos desde hace ya más de un año, en el que peligra la vida de cualquier ciudadano y también la economía del país, las vacunas suponen una inapreciable salvaguarda de ambas. Son, por lo tanto, el recurso más necesario, pero al mismo tiempo el más escaso; no llegan sino pequeños contingentes que son administrados con recursos humanos escasos que no sólo deben atender la covid 19 sino a todo el resto de trastornos de salud, todos los habituales. Por eso se establecen los protocolos. Y aunque pudiera elaborarse uno parecido al de la guerra virológica para justificar la vacunación en primer lugar de los dirigentes civiles al mismo tiempo que se invocara el ejemplo para convencer a los reacios a vacunarse, dudo que la opinión pública fuera a aceptarlo dado el descrédito de la clase dirigente, la ausencia de guerra y la disposición mayoritaria a vacunarse a la mayor brevedad posible. No es el caso. Se ha seguido una lógica de ejemplaridad porque se ha dado por sentado que se priorizaba a los más vulnerables. Eso no se ha discutido nunca, como el caso de priorizar a mujeres y niños en subir a los botes de salvamento en el caso de naufragio. El protocolo obliga a todos los ciudadanos sin distinción de ningún otro tipo, ni civil, ni militar, ni religiosa.

El protocolo fija el orden de vacunación. 1º Residentes y personal sanitario que trabaja en residencias de personas mayores y atención a grandes dependientes. 2º Personal de primera línea en el ámbito sanitario y sociosanitario. 3º Otro personal sanitario y sociosanitario. 4º Personas consideradas grandes dependientes no institucionalizados. Esto en la primera fase. Después vendrán mayores de 80 años, mayores de 70 años, etc. Está claro que el señor obispo no es residente en otro sitio que en el Palacio Episcopal. En su defensa argumenta que «pensé que daba ejemplo al vacunarme», «yo no pedí entrar en la lista me apuntaron para dar ejemplo», «lo vi como un acto de bondad hacia los demás, no un privilegio, todo lo contrario, era un acto de compromiso. No sé qué haría ahora, ha cambiado la perspectiva, ahora se te vuelve en contra». En fin, el miércoles se le inyectó la 2ª dosis de la vacuna de Pfeizer, la de la sexta dosis, para la que faltan las jeringuillas ad hoc. Si en Valencia Ximo Puig ha dejado sin la segunda dosis a los insolidarios que se colaron (la responsabilidad de aplicar el protocolo es de cada autonomía), aquí Armengol se la ha administrado de inmediato al obispo, para incentivar a los infractores y contentar a Més, el partido de la clerigalla mallorquina, que ya le ha disculpado.

Examinemos las excusas del pastor de la Iglesia, que no se pueden pasar por alto pues ayudan a desentrañar los turbios entresijos de la mente episcopal. Lo de que pensaba dar ejemplo cuando vulneraba el protocolo establecido es un claro ejemplo de desorden mental incompatible con el ejercicio de una responsabilidad jerárquica en el seno de la Iglesia. Cuando afirma que «le apuntaron para dar ejemplo» hay que pensar que el desorden mental se extiende a los apuntadores. Es un claro ejemplo de falta de liderazgo en una organización jerárquica, no democrática, en la que son las ovejas las que cuidan del pastor atormentado por sus dudas y le señalan el camino de la luz. Puede que, efectivamente, le aconsejaran vacunarse sus cofrades, pero a la vista de los hechos le dirían lo que sus aguzados oídos querían oír. Sorprende que, encima, su transgresión e insolidaridad con los más vulnerables los disfrace el prelado precisamente como sus contrarios, como «un acto de bondad hacia los demás, un compromiso». Se necesita ser muy hipócrita para transformar su irresponsabilidad y su cobardía en una insólita demostración de amor y compromiso con ellos, los más vulnerables. En el colmo del cinismo, no se puede entender de otra manera, el pastor de la Iglesia mallorquina sigue enarbolando inverosímiles excusas: que «ha cambiado la perspectiva, se te vuelve en contra». Falso, la perspectiva ha sido siempre la misma, la que fija el protocolo, la que ha vulnerado el obispo a sabiendas. No, el señor obispo no es que «haya podido» provocar malestar, utilizando el subjuntivo, no, lo «ha provocado», en indicativo; no es una cuestión de posibilidad sino de realidad. Es una muestra de que a determinados clérigos no les gusta someterse al poder temporal de los civiles, creen que no va con ellos, obviando el mensaje evangélico de que «al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Cuando se quiere justificar lo que no tiene justificación, lo que significa continuar como si nada, inevitablemente se dicen tonterías, que agravan aún más la situación del pillado en falta. Ésta ha sido la triste historia del obispo Taltavull a propósito de su grave transgresión en plena pandemia en la que sólo en España estamos en camino de superar los 100.000 fallecidos. Cuando ha tenido que dimitir el jefe del Estado Mayor de la Defensa, general Miguel Ángel Villarroya, aunque dijo que seguía los protocolos de Defensa, no los más generales de Sanidad, parece evidente que, si de verdad quiere Taltavull estar a la altura de asumir alguna responsabilidad, no le queda más camino que dejar el obispado. Desde la pérdida de Teodoro Úbeda no hemos tenido mucha suerte en Mallorca con los obispos, enamorados y cínicos.

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