Opinión
El discurso de Joe Biden

El presidente de EEUU, Joe Biden / Reuters
El discurso de Joe Biden en su toma de posesión, brillante no solo por su retórica, elocuente y persuasiva, sino también por su contenido, revelaba sinceridad y una forma de ser. Sus palabras reflejaban un talante distante y distinto del anterior presidente, (un tosco e iletrado cafre, un tarugo), transmitía el sosiego que procedía de su interior, de su alma. Qué importante es la palabra, qué significativo es decir que la ética debe ir unida a la política, que la verdad importa, qué significativo es apartar el lenguaje zafio y descuidado, qué peligroso es considerar que las palabras carecen de valor. La revista Slate que se publica en Nueva York y que cubre solamente temas de actualidad política y cultural, publicaba, después del discurso del presidente, un comentario de la periodista Dahlia Lithwick en el que explicaba que Biden ha peleado toda su vida para vencer la tartamudez que padecía desde la infancia, los problemas que ello le ha causado y el esfuerzo que le ha supuesto superar este y «otros desgarros». Manifiesta Lithwick «su profundo alivio tras escuchar el discurso presidencial, porque ha habido demasiadas mentiras en los últimos cuatro años, demasiada violencia y demasiada basura». Añade la periodista que gracias a su tartamudez Biden ha comprendido mejor que nadie el significado y el poder de la palabra.
Sobre la importancia de la palabra, -que destacó Biden-, parece oportuno citar a Javier Marías, escritor, miembro de la Real Academia Española, que ha publicado recientemente un articulo titulado La creación de tarugos es objetivo indisimulado de los políticos obtusos de nuestro tiempo. En él trata de la nueva ley de educación, la llamada ley Celaá, en la que se elimina la asignatura de ética. La ley Wert ya suprimió la filosofía y anteriormente se eliminaron el griego y el latín y parte importante de la literatura. Si se sigue avanzando por ese camino y, esto parece, se logrará que los jóvenes no sepan, no entiendan, no razonen, no sepan expresarse, no sepan leer, o no entienda lo que leen y tal vez que no piensen, el ideal de los gobiernos totalitarios. ¿Qué códigos de conducta se imparten a los estudiantes?, se pregunta Javier Marías y yo añado: ¿Es tan difícil enseñar a los niños que deben respetar a los demás, que no deben tirar papeles en la calle o escupir en el suelo, que han de ceder el asiento a una mujer anciana y no tutear a mayores para ellos desconocidos? Sra. Celaá si le molesta la ética por lo menos enseñen urbanidad en las escuelas.
Biden se encuentra con un país dividido y por ello su discurso iba dirigido a los 330 millones de ciudadanos de una gran potencia castigada por la crisis del coronavirus y su consecuencia en la situación económica, sin embargo supo transmitir patriotismo, persuasión, optimismo y fe en las instituciones y todo eso lo hizo con naturalidad, credibilidad, humildad y sentimiento, seguramente consiguió transmitir emociones y razones. Las emociones mueven y las razones mantienen. En cualquier caso muchos de los que escuchamos su discurso sentimos una sensación de alivio.
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