Opinión | Tierra de nadie
El ganchillo y el punto
Cuando veo el telediario, me viene a la memoria la Torre de Babel. No importa lo bien ordenadas que estén las noticias ni el esfuerzo del equipo de redacción por lanzar un hilo conductor que vaya desde la primera hasta la última. Tampoco la excelente presencia de sus presentadores (o presentadoras: déficits del genérico). Los políticos que van y vienen de un lado a otro de la pantalla hablan todos el mismo idioma, pero no se entienden. Ni se entienden ni los entendemos. He aquí una curiosa versión del relato bíblico. Todo el mundo está de acuerdo en el significado de las palabras que salen de sus bocas. Pero cuando llegan a los oídos del otro se han convertido misteriosamente en sánscrito. Utilizamos el mismo alfabeto, el mismo diccionario y la misma gramática, pero algo ocurre en el breve recorrido que va del emisor al receptor para que nuestro desconcierto sea idéntico al de los constructores de la famosa torre con la que Dios temió que los habitantes de aquel lugar llegaran al mismísimo cielo.
No nos entendemos.
Y eso que nosotros no pretendemos alcanzar el cielo. Aspiramos sólo a reducir las muertes provocadas por la pandemia y a aminorar los problemas creados por las desigualdades brutales que hemos creado concienzudamente a lo largo de los últimos años. Hemos puesto en la construcción de la desigualdad el mismo empeño obsesivo con el que alguien lleva a cabo una labor de ganchillo. El ganchillo, al contrario que el punto, es una forma de caligrafía que exige una atención desmesurada. Si la manufactura de estos dos tejidos pudiera compararse con las drogas, diríamos que el ganchillo es al punto lo que la heroína al hachís.
Hemos construido un orden económico que se nos cae ahora encima con la furia de unas lluvias torrenciales combinadas con vientos huracanados. Todo ello a base de hablar el mismo idioma que nos separa y sin necesidad de dios alguno que confundiera nuestras lenguas. Permanezco atónito frente a un telediario español en el que las noticias parecen emitirse en chino y en el que sus protagonistas políticos resultan perfectos marcianos para la mayoría de los contribuyentes que los hemos votado de buena fe.
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El valor de la autenticidad en la era de la IA

